jueves, 10 de julio de 2008

Los toros en el siglo de oro y la Iglesia que los persigue

Goya, suerte del salto de la garrocha


En la España del siglo de oro no había fiesta que no se coronase con una lidia de toros. Las corridas de todos tal como las conocemos ahora, surgen muy a finales del siglo XVII, antes la lidia era a caballo, pues se consideraba que era la manera más efectiva de competir con la velocidad del toro, aunque las clases populares también la ejercitaban a pie, pero de una manera parecida a lo que son ahora los Sanfermines.

Tanto en las fiestas universitarias (Salamanca, Alcalá de Henares, Sevilla...) como de las cuidades, en ambas honrando a sus patronos, los toros eran el acontecimiento por excelencia, y está demostrado en documentos el entusiasmo por los caballos y los pelajes, pues era un arte noble y ecuestre. Se acaba imponiendo como recinto La Plaza Mayor, importada de Italia, y extendida en el Renacimiento en Andalucía, Castilla, Levante, ya que es un sitio amplio y despejado donde los nobles pueden exhibir su maestría a caballo. La fiestas de toros estaban presididas por el Comendador de la ciudad o el Rey en su caso

Pero llega la vieja censura, cuyo trasfondo era el puritanismo. Los teólogos condenaron pronto las corridas de toros y tres papas publicaron bulas sobre este tema: Así el Arcipreste de Talavera, en el siglo XV, censura las reuniones que se provocan al efecto, ya que al ir mujeres, nace la posibilidad de pecado. Pio V en 1567, en la bula De salute gregis dominici prohibió toda la lidia de toros y amenazó con la excomunión a los participantes y a los religiosos que asistieron a ellas. Gregorio XIII, menos severo, la prohibió los domingos y cuando pudiera tener consecuencias funestas. Sixto V, por su parte se indignaba (1586) de que los profesores de Salamanca asistieran a las corridas de toros y declararan que podían participar en ellas sin cometer pecado.