
En la España del siglo de oro no había fiesta que no se coronase con una lidia de toros. Las corridas de todos tal como las conocemos ahora, surgen muy a finales del siglo XVII, antes la lidia era a caballo, pues se consideraba que era la manera más efectiva de competir con la velocidad del toro, aunque las clases populares también la ejercitaban a pie, pero de una manera parecida a lo que son ahora los Sanfermines.
Tanto en las fiestas universitarias (Salamanca, Alcalá de Henares, Sevilla...) como de las cuidades, en ambas honrando a sus patronos, los toros eran el acontecimiento por excelencia, y está demostrado en documentos el entusiasmo por los caballos y los pelajes, pues era un arte noble y ecuestre. Se acaba imponiendo como recinto La Plaza Mayor, importada de Italia, y extendida en el Renacimiento en Andalucía, Castilla, Levante, ya que es un sitio amplio y despejado donde los nobles pueden exhibir su maestría a caballo. La fiestas de toros estaban presididas por el Comendador de la ciudad o el Rey en su caso
Pero llega la vieja censura, cuyo trasfondo era el puritanismo. Los teólogos condenaron pronto las corridas de toros y tres papas publicaron bulas sobre este tema: Así el Arcipreste de Talavera, en el siglo XV, censura las reuniones que se provocan al efecto, ya que al ir mujeres, nace la posibilidad de pecado. Pio V en 1567, en la bula De salute gregis dominici prohibió toda la lidia de toros y amenazó con la excomunión a los participantes y a los religiosos que asistieron a ellas. Gregorio XIII, menos severo, la prohibió los domingos y cuando pudiera tener consecuencias funestas. Sixto V, por su parte se indignaba (1586) de que los profesores de Salamanca asistieran a las corridas de toros y declararan que podían participar en ellas sin cometer pecado.
Tanto en las fiestas universitarias (Salamanca, Alcalá de Henares, Sevilla...) como de las cuidades, en ambas honrando a sus patronos, los toros eran el acontecimiento por excelencia, y está demostrado en documentos el entusiasmo por los caballos y los pelajes, pues era un arte noble y ecuestre. Se acaba imponiendo como recinto La Plaza Mayor, importada de Italia, y extendida en el Renacimiento en Andalucía, Castilla, Levante, ya que es un sitio amplio y despejado donde los nobles pueden exhibir su maestría a caballo. La fiestas de toros estaban presididas por el Comendador de la ciudad o el Rey en su caso
Pero llega la vieja censura, cuyo trasfondo era el puritanismo. Los teólogos condenaron pronto las corridas de toros y tres papas publicaron bulas sobre este tema: Así el Arcipreste de Talavera, en el siglo XV, censura las reuniones que se provocan al efecto, ya que al ir mujeres, nace la posibilidad de pecado. Pio V en 1567, en la bula De salute gregis dominici prohibió toda la lidia de toros y amenazó con la excomunión a los participantes y a los religiosos que asistieron a ellas. Gregorio XIII, menos severo, la prohibió los domingos y cuando pudiera tener consecuencias funestas. Sixto V, por su parte se indignaba (1586) de que los profesores de Salamanca asistieran a las corridas de toros y declararan que podían participar en ellas sin cometer pecado.