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jueves, 11 de junio de 2009

La droga era cosa de viejos

Holidays At Sea by Leonardo Sala Holidays At Sea. Leonardo Sala


La droga en sus orígenes fue una cosa de viejos. Eran los mayores quienes la tomaban, tenía un carácter ritual y por ese motivo eran los maduros los que la tomaban. O bien como alivio de la vida era asimismo para personas mayores, que ya no tenían otras felicidades. El mismo Platón en Las Leyes tiene un trozo en el que dice que la embriaguez - y Platón no era nada, nada libertino - era cosa normal en él porque la vida ya no le daba mucho más y que lo intolerable era dar la bebida a los jóvenes, porque en aquel tiempo era impensable que un joven pudiera emborracharse cuando tenía tantas otras posibilidades por delante.

Veamos a partir de los dos últimos siglos:

En sus famosas Confesiones - segundo cuarto del siglo XIX - Thomas De Quincey niega una y otra vez que la droga cree “hábito”. Entre 1880 y 1920, cuando comenzarán las restricciones a su disponibilidad, el usuario regular de morfina era de sectores económicamente favorecidos. La mitad eran médicos o esposas de médicos y boticarios; el resto personas acomodadas con problemas de nervios o entregadas a la moda (el estilo “decadente” hacía furor), gente del teatro y la noche, damas de vida alegre, algunos clérigos y personal sanitario auxiliar. Sólo unos pocos habían decidido consumir esta droga por iniciativa propia, sin mediar el consejo de algún terapeuta o amigo, y la gran mayoría lo sobrellevó durante 10, 20, 30 40 años sin hacerse notar ni en casa ni mostrar incapacidad laboral.

A finales de siglo llega a las farmacias el envase doble de una nueva compañía farmacéutica, la Bayer, que ofrece al público dos sustancias analgésicas: ácido acetilsalicílico (Aspirina) y diacetilmorfina (Heroína). Para los médicos de la época la heroína posee muchas ventajas sobre la morfina. No es hipnótica y no tiene el peligro de contraer hábito.

En los inicios de la idea del prohibicionismo, que desembocará en la Ley Seca, y la equivalente para opio, morfina y cocaína y más adelante heroína, en 1905, un comité especial del Congreso norteamericano calcula que en el país hay entre doscientas y trescientas mil personas con hábito de opiáceos y cocaína (aproximadamente un 0,5% de la población). Con todo, estas drogas no sólo eran de venta libre (incluso podían adquirirse por correo directamente del mayorista), sino intensamente promocionadas mediante periódicos, revistas y publicidad mural, y había al menos cien bebidas bien cargadas de cocaína (entre ellas la Coca-Cola y el no menos célebre entonces Vino Mariani). Lógicamente, no se conocían intoxicaciones involuntarias o accidentales –al tratarse de productos puros y bien dosificados-, ni delincuencia alguna vinculada a su obtención.

La etapa siguiente al ritmo en que Estados Unidos vaya consolidando su posición de superpotencia mundial y exportando una cruzada contra las drogas, transforma al usuario tradicional en una mezcla entre delincuente y enfermo, movido a ello por los precios y la adulteración del mercado negro, por el contacto con círculos criminales y por la irresponsabilidad tanto social como personal que confiere el estatuto del adicto. Casi nueve décadas después de haber puesto en vigor leyes prohibicionistas, hay en Estados Unidos una proporción muy superior de personas con hábito de opiáceos y cocaína, en su mayoría incapaces laborales, a quienes se atribuyen dos terceras partes de los delitos contra la propiedad y las personas.

Por eso que actualmente la droga circule sobre todo entre los jóvenes es porque la droga, debido al prohibicionismo, se ha convertido en un asunto mercantil y los jóvenes son el mercado por excelencia. Cuando la droga no tenía un incentivo económico, se convertía en una cosa para personas adultas y enfermas, para hacer frente a fuertes dolores o a frustraciones por la pérdida de capacidades. Es lo que ocurre con la bebida ahora. El borracho crónico es un adulto.

sábado, 25 de abril de 2009

Despenalizar la producción, el tráfico de drogas y su consumo

Ángeles Santos Torroella. Un mundo.

Siempre se han consumido drogas y siempre seguirán consumiéndose e inventándose o reinventándose. Está también eso en la naturaleza humana. En Amsterdam tras varias décadas de antiprohibicionismo, han caído en picado el consumo de drogas duras y blandas, la incidencia de las enfermedades —sida, hepatitis, sobredosis, adulteración y demás— con ellas relacionadas y, por supuesto, los índices de criminalidad.

Decía Mark Twain que el error de Dios fue el de prohibir a Eva la manzana; si le hubiera prohibido la serpiente, se habría comido ésta. Así es la naturaleza humana.

Comprar drogas es hoy tan sencillo, en cualquier país del mundo, como comprar la prensa en el quiosco de la esquina. Normalicen los políticos en sus políticas lo que es normal en la calle. ¡Pésima ley, decía el emperador Adriano, la que muchos, a menudo, infringen!.

Se objeta que la legalización causaría muchas víctimas. Pero es una idea que proviene de ver la droga con la imagen de hoy: es decir, una droga contaminada, y siniestra. Quien hoy se inyecta heroína se está inyectando realmente como mucho un 10% de heroína; el resto es a saber qué. Durante la ley seca en Estados Unidos, hubo unos 50.000 casos de ceguera y parálisis causados porque al presunto alcohol clandestino se le mezclaban otros productos nocivos; todos sabemos, en cambio, que un rioja no mata. Ni Freud ni William Borroughs se han destruido con la droga, porque han cuidado de que fuese droga pura.

Y es una manera de salir de la crisis. No es broma. 750.000 millones de euros es la cantidad que el erario del planeta recaudaría si sus responsables legalizaran las drogas y se reservaran durante un lustro el monopolio de las mismas.

El narcotráfico es la séptima potencia económica del mundo. Dispone de ejércitos propios, su sistema de distribución y venta es tan eficaz como el de la cocacola y trae en jaque a países como México, Colombia y los Estados Unidos. Los taliban viven del opio y sus derivados. Obama se dispone a enviar tropas a la frontera mejicana para poner coto a la ley de la jungla impuesta allí, a tiro sucio, por los señores de la droga. La guerra contra ese gobierno en la sombra ha generado millones de muertes. La Comisión Europea publicó hace unas semanas su informe oficial sobre la evolución del mercado de los estupefacientes en los últimos diez años. Las cifras que manejo proceden de ese informe, pero parece que se quedan cortas. Hay quien eleva su facturación a 700.000 millones de dólares al año. Multiplicando esa cantidad por cinco ysumando el coste de la guerra contra el narcotráfico y de las medidas sanitarias (sida, adulteraciones, sobredosis) y policiales generadas por la prohibición se ve el coste actual. El 75% de los delitos que actualmente se cometen en España guarda relación directa o indirecta con el mercado de la droga. Casi la mitad de las personas nacidas en los países ricos -no digamos en los otros- ha probado el cannabis por lo menos una vez en la vida. Sobrarían montañas de dinero para atender a otros problemas y, de paso, respetaríamos el libre albedrío.

Parece un auténtico sin sentido que mientras que la droga que crea más adicción (La Nicotina) es una droga legal, otras puedan ser ilegales con los costes económicos y sociales que comporta la lucha contra su tráfico.

A día de hoy lo que tenemos claro es que la guerra a las drogas ha tenido poco éxito reduciendo la oferta y el precio de las drogas - en Europa ha aumentado el consumo de coca mientras se ha reducido el precio - y encima tiene importante costes directos (recursos destinados a la persecución) y sociales (marginalidad, drogas adulteradas y un largo etc..) y no aporta ningún recurso económico a los Estados.

Gary S. Becker, profesor de la Universidad de Chicago, con otros colaboradores ha publicado un estudio sobre la teoría económica de la ilegalización de las drogas, allí estudia si desde una perspectiva económica conviene mantener las drogas ilegales o por el contrario seria conveniente legalizarlas.

Becker señala que los gobiernos pueden imponer dos tipos de “tasas o impuestos” sobre las mercancías en general. La primera, y la clásica es imponer una tasa que incremente “artificialmente el precio de un bien”, esto sucede por ejemplo desde la gasolina, hasta con el tabaco. El segundo tipo de tasa, cuyas implicaciones están mucho menos estudiadas, es simplemente prohibir el bien y perseguir a las personas que producen, venden y compran este bien.

El efecto que tienen estos dos tipos de tasas al final es el mismo, el de incrementar artificialmente el precio del producto, en este caso las drogas. En el primer caso de forma directa y limpia vía un impuesto y el segundo indirectamente, reduciendo la oferta al disminuir la disponibilidad de drogas para los clientes y recortar la producción (interceptar cargamentos, fumigar cultivos).

Escoger una o otra vía tiene costes claros. Mientras que legalizar una droga e imponer una tasa elevada, supondría simplemente una fuente de ingresos para el Estado, la lucha contra el tráfico de drogas genera unos enormes costes materiales, a parte de que cómo todos sabemos comporta altos grados de violencia y delincuencia y economía sumergida.

El autor, sin preocuparse del libre albedrío y otras consideraciones, simplemente estudia con qué política se reduciría el consumo.

¿Despenalizar las drogas con una tasa a precio elevado reduciría o aumentaría aún más el consumo de drogas que la actual política de lucha contra el narcotráfico? Para ello se debe estudiar si la demanda de drogas es una demanda elástica al precio o es totalmente inelástica

Si la demanda de drogas es elástica, la gente consumiría más a medida que sean más baratas, y entonces la opción de imponer una tasa impositiva y legalizarlas sería la adecuada. Si en cambio la demanda es totalmente inelástica, (da igual cual sea el precio de la droga que la gente consumirá la misma cantidad) queda claro que la única vía válida para evitar el consumo es reducir la producción y aplicar políticas de lucha contra el tráfico de drogas, sin embargo en este escenario, cada vez que se endurezca más la persecución legal, los narcos obtendrán mayores beneficios, ya que si la demanda es inelástica tiene la capacidad de aumentar el precio de las drogas al nivel que quieran, pudiendo repercutir al consumidor el incremento de costes unitario que supone una mayor presión policial.

Obivamente, si la demanda es elástica también se puede indicar que en el caso de legalizar las drogas y poner una alta tasa impositiva, hará que aparezcan contrabandistas que ofrezcan el producto en el mercado negro a un menor precio. En este escenario la clave estaría en encontrar un punto de equilibrio entre la tasa impositiva impuesta y la persecución legal de los contrabandistas para incrementar así los costes de producción y distribución de estos últimos haciendo que esta actividad no fuese atractiva.

Igualmente el estudio tiene otro aspecto interesante, llega a la conclusión que la lucha contra las drogas encarece más el coste de estas para las rentas altas (coste de acceso a las drogas, coste de oportunidad en caso de ser castigados) que para las rentas pobres y por lo tanto está táctica iría dirigida a proteger del consumo de drogas más a las rentas altas que a las rentas pobres. Es decir no sería una política precisamente equitativa o social.

Según la revista “In Health”, preguntaron a expertos para realizar un ranking de drogas en función de su capacidad de adicción. Se utilizaron dos factores para medir esto:

-Lo fácil que uno se vuelve adicto.
-Lo difícil que es dejarla.

Un marcador de 100 representa un gran potencial de adicción, 1 poco potencial. Como cada individuo reacciona de diferente forma según su psicología, fisiología y presiones sociales, este ranking solo muestra el potencial de adicción

  1. Nicotina (tabaco)
  2. Cristal de meta-anfetamina (fumado)
  3. Crack
  4. Cristal de meta-anfetamina (inyectado)
  5. Valium (Diazepam)
  6. Quaalude (Methaqualone)
  7. Seconal (Secrobarbital)
  8. Alcohol
  9. Heroina
  10. Crank (Anfetamina horal)
  11. Cocaína
  12. Cafeína
  13. PCP (Phencyclidine)
  14. Marihuana
  15. Extasis
  16. Ongos mágicos (Psilocybine)
  17. LSD
  18. Mescalina

Muy arriba en esta lista, las drogas más comunes y legalizadas: tabaco, alcohol y cafeína.


sábado, 23 de agosto de 2008

Las drogas antes del siglo XX


Para los antiguos, la costumbre de consumir una droga -por razones recreativas, religiosas o terapéuticas- no se distinguía de cualquier otra costumbre, no suscitaba inquietud social y no interesaba lo más mínimo al derecho ni a la moralidad establecida. La única excepción a esta regla son las bebidas alcohólicas, que sí generaron discusiones teóricas, reproches éticos e incluso persecución en algunas zonas de Europa y Asia; en algunas religiones (como la brahmánica, la budista y la islámica), alcohol es sinónimo de oscuridad y mentira, y la regla mahometana decreta apaleamiento para quien sea hallado borracho.

La filosofía griega discutió abundantemente en torno al vino, argumentando algunos que era básicamente una maldición, y otros, como Platón, que le otorgaban virtudes sagradas. A diferencia de los pueblos germánicos, que toleraban la embriaguez de mujeres y hombres jóvenes, la cultura grecorromana prohibía severamente su uso en tales casos; en tiempos de Tarquino el Grande, por ejemplo, una dama fue condenada a morir de hambre tras descubrirse que tenía las llaves de una bodega. Severísima fue la represión del culto báquico en la Roma republicana –entre el 186 y el 180 a.C.-, que supuso exterminar a unas diez mil personas, si bien el trasfondo del caso sugiere que además del escándalo producido por ritos orgiásticos había razones de conveniencia política, que poco después desembocarían en las primeras guerras civiles.

Por lo que respecta a las otras drogas, el criterio de la antigüedad grecorromana y asiática lo describe la ley Cornelia sobre homicidas y envenenadores, que estuvo vigente desde tiempos republicanos hasta el fin del Imperio: Allí droga es una palabra indiferente, donde cabe tanto lo que sirve para matar como lo que sirve para curar, y los filtros de amor, pero esta ley sólo reprueba lo usado para matar a alguien sin su consentimiento.

El saber farmacéutico de los griegos y de los romanos llegó a Arabia gracias a las obras de Dioscórides, un griego que sirvió en las legiones romanas durante el siglo I. Recorriendo todo el imperio romano, desde España hasta el Asia Menor, investigaba las plantas que pudieran servir como fármacos. Antes de morir transcribió toda su información en De materia médica, obra en cinco tomos que sirvió como catálogo básico de drogas durante 1500 años. A lo largo de la Edad Media los monasterios actuaron como depositarios del saber europeo y forjaron un estrecho vínculo entre religión y medicina recetando remedios tanto médicos como espirituales; sin embargo, la introducción de las drogas árabes en la Europa cristiana de finales del medioevo trajo consigo una nueva especialidad: la farmacia.
Ulteriores informaciones sobre uso de sustancias psicoactivas desaparecen casi por completo hasta el siglo XIII. Es entonces cuando se han difundido los primeros aguardientes (generando grave inquietud tanto en Europa como en China), cuando comienza la cruzada contra las brujas (a quienes se acusa de “tratos con hierbas y pócimas diabólicas”), y cuando se opera un giro hacia el fundamentalismo farmacológico en el mundo islámico (que busca prohibir café, opio y haschisch).

Tras el descubrimiento de América -un continente con culturas hechas a una rica variedad de drogas en contextos tanto religiosos como terapéuticos y recreativos-, tras una alarma inicial, por motivos teológicos realmente, empieza a cundir –gracias a humanistas, médicos y boticarios- un criterio laico, y el arsenal de sustancias conocidas pasa a considerarse materia médica, libre de estigma teológico y poder sobrenatural.
Durante los siglos XIV y XV las boticas se instalan en locales cerrados que se convierten en elementos básicos de la práctica médica europea. Los médicos ven a sus enfermos en la farmacia local, donde también el farmacéutico receta las drogas que prepara. Paracelso y sus sucesores contribuyen en gran medida a la reintroducción de las sustancias psicoactivas en la farmacopea occidental; defienden particularmente al opio, visto entonces como una panacea. Pronto deja de ser una sustancia ''diabólica'' para convertirse en un ''don de la providencia''. Este nuevo don es capitalizado por la iglesia católica durante el Renacimiento. Basados en textos árabes, romanos y griegos, los monjes se dan a la tarea de preparar diversas drogas; de tal suerte que en el siglo XVI todos los monasterios importantes no sólo cuentan con su propio hospital y sus médicos, sino con una extensa farmacia. Los médicos misioneros y las órdenes de monjas enfermeras datan de esta época.
En el mismísimo Quijote, Cervantes habla del Clavileño , de lo que debió tomar el hidalgo al montar en ese Rocinante de madera y subir en su grupa a Sancho , mientras le decía "Amigo Sancho, de esta manera estaremos a la mañana en París y a la tarde en Potosí".
Durante el siglo XVIII se aíslan los principios activos de varias plantas medicinales: morfina ,codeína, cafeína, estricnina, quinina, cocaína, heroína, mezcalina etc. En adelante ya no será necesario transportar plantas perecederas de un sitio a otro porque en un maletín lleno de morfina o cocaína podrán acumularse hectáreas de sembradíos. Tampoco prevalecerá la incertidumbre derivada de la desigualdad de concentraciones en plantas de la misma especie, pues la pureza de los alcaloides permitirá dosificaciones exactas, multiplicando los márgenes de seguridad para el usuario. En menos de un siglo el trabajo de la química orgánica hizo más que en toda la historia universal previa.
Con esta revolución, la adormidera y sus derivados, se convierten en medicamentos populares. El láudano, las tinturas y los polvos se dispensan en las farmacias a bajo costo, tal como hoy en día las aspirinas o el bicarbonato de sodio. Poco después, comienza a cundir también su uso lúdico.
Desde los inicios, y hasta la segunda mitad del siglo XIX, seguimos sin hallar testimonios de toxicomanía o adicción, salvo casos de alcohólicos, tabacómanos y cafetómanos, que -por cierto- suelen recibir castigos crueles; Francisco I de Francia decreta pérdida de las orejas y destierro para los primeros, en Rusia los bebedores de café se exponen a perder la nariz si son descubiertos, y en Irán –como también en algunos puntos del norte de Europa- el tabaquismo se paga unas veces con tormentos y otras con pena capital.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Las drogas y el entendimiento.

Johan Heinrich Fussli
Las drogas siempre han tenido un componente sacramental. Y otro terapeútico y para festejar. Pero la crisis de valores religiosos de fines del XIX y principios del XX la tomó contra el aborto, y luego contra las drogas. El efecto de la prohibición es que la gente toma malas sustancias, en dosis inadecuadas y el tráfico en beneficio de terceros.

Las drogas no son buenas ni malas a no ser que las miremos desde un punto de vista maniqueo. Decimos que son malas como podemos decirlo de un árbol, montaña o el cobre. No creo eso. En las drogas lo que hace mal es tomarlas mal, en dosis que no corresponde, como señalaba Paracelso: "no hay venenos, sino dosis" . Goya era opiómano y pintaba bien.

La función de las leyes no es liberar a los seres humanos de las tentaciones, pues entonces se les pondría al nivel de un animal invertebrado. Los humanos son libres y puede deliberar. Si no tienen entendimiento, entonces ¿quién lo tiene?.