viernes, 19 de diciembre de 2008

Aristóteles y Séneca nos enseñan a vivir

Aunque ninguna de las reflexiones de abajo están basadas en este libro, lo recomiendo, lo tengo desde hace diez años, un filósofo en la onda de Michel Onfray y Alain de Botton

Dos maneras de vivir que se complementan:

Decía Aristóteles en el siglo IV a.C en su Ética a Nicómaco que “la vida feliz es la que es conforme a la virtud, vida de esfuerzo serio, y no de juego y declaramos mejores las cosas serias que las que mueven a risa y están relacionadas con el juego, y más seria la actividad de la parte mejor del hombre y del mejor hombre, y la del mejor es siempre la parte más excelente y la más feliz”. (Libro X, 6).

Las cosas serias que Aristóteles declaraba mejores que las demás y la actividad de la parte mejor del hombre y del mejor hombre, eran las que llevaban a la intelección de lo bueno, lo bello y lo verdadero, en definitiva a una vida que requiere el mayor y mejor esfuerzo del hombre, el esfuerzo de su inteligencia para buscar la verdad y vivir de acuerdo con ella.

Cuatro siglos después, Séneca, a la hora de proponer una fórmula para vivir mejor en su opúsculo, Tratado sobre la brevedad de la vida, el consejo neto que se deduce de su texto es la idea de la quietud.

Él mismo fue condenado a morir "por suicidio" (cortándose las venas de las manos y de las rodillas, de las piernas hasta llegar a sorber un intenso veneno para concluir de una vez) acusado de participar en una confabulación contra Nerón a quien, de otra parte, había formado como a un hijo desde su adolescencia. Como también fue el mismo Séneca quien despertó los recelos del emperador y toda la corte cuando sus riquezas (una fortuna acumulada no menor a 17.500.000 dracmas, un fortunón, según Dión Casio) no provenían de orígenes transparentes.

Su Tratado sobre la brevedad de la vida está escrito cuando estaba cerca de cumplir 70 y ya no formaba parte de la vida pública y sus ajetreos lo que convierte sus reflexiones en un balance de su brega anterior y que entonces consideraba ya carente de atracción y sentido.

No es breve la vida humana, dirá. Sólo parece breve si uno se afana en la tarea de acumular bienes y honores. El retiro del vulgo y la voluntaria quietud personal conllevan, sin embargo, lo contrario. Es decir, la quietud favorecida por el alejamiento del bullicio urbano (Roma contaba con un millón de habitantes en los años 60 después de Cristo) y basada en el pacífico equilibrio de la virtud, cultivada con calmado esmero.

El "vive bien" de Séneca al final de sus días tiene así que ver con la idea de no complicarse la vida, no meterse en enredos económicos o políticos sino con la regla de poseer sólo lo necesario y acaso un poco más para eliminar , a la vez, la inquietud de pasar hambre. Al igual que las plantas, el máximo bien sería vivir con lo mínimo y sin pena, sentir algo pero al modo de la naturaleza, sin finalidad, integrado en el devenir espontáneo del mundo y acabar, silenciosamente, camuflado en él.