En la Universidad de California hace unos 15 años, Michael Merzenich descubrió cuáles eran las neuronas en cerebros de monos que controlaban el dedo índice. Registró lo que sucedía con esas neuronas y luego extirpó el índice a algunos monos y, en dos semanas, las células de ese dedo ya estaban reasignadas y controlaban el dedo corazón. Y lo importante es que algo tan pequeño como eso puede tener repercusiones tan grandes en tan sólo dos semanas.
Lo adquirido se plasma en los circuitos cerebrales. Toda conducta acaba teniendo su reflejo en el cerebro; el entorno, los cambios adquiridos se codifican en las células del cerebro.
Otro ejemplo, el neurólogo Álvaro Pascual-Leone, señala que si te dejamos con los ojos vendados, en apenas unos días la parte de la corteza cerebral que normalmente procesa la información visual empieza a procesar la del tacto y la del oído, y aumenta la memoria verbal.
Ya se ha comprobado que el uso insistente del dedo pulgar por los jóvenes en los teléfonos móviles hace que ahora, cuando mueven ese dedo, se enciende un área mayor del cerebro. Para bien o para mal, toda actividad, toda percepción, cambia nuestro cerebro. Y todo pasa en el cerebro.
Norman Doige señala cómo los afectados por derrames cerebrales que han visto limitada la movilidad de la parte izquierda (o derecha de su cuerpo), reciben terapia durante un periodo en el que hacen ejercicios intensivos y progresivos (6 horas día) , que se centren en el empleo de las partes del cuerpo afectadas. Así, para evitar el uso de la mano sana, deben llevar puesto continuamente en la misma un guante de béisbol. El sorprendente resultado es que estas personas, forzadas a utilizar los miembros "lisiados", recuperan gran parte de la movilidad de los mismos.
Las terapias convencionales en estos casos no son tan intensivas (apenas una hora al día, con ejercicios repetitivos, no progresivos) y tratan de potenciar la "compensación", esto es, enseñan a desarrollar estrategias que ayuden a suplir la deficiencia ocasionada por la lesión cerebral. En esta terapia compensatoria tradicional, el cerebro acaba por percibir que un órgano no responde, en poco tiempo se adapta (ley de no uso) y deja de emitir señales para dicha función. Ésta terapia tradicional para lesiones cerebrales es consecuencia lógica del localizacionismo, según el cuál era imposible recuperar las funciones ubicadas en las partes dañadas del cerebro.
Pero ultimas investigaciones demuestran que es al revés. El cerebro sólo está a la espera de recibir los estímulos precisos para reconstruir circuitos y recuperar funciones.
Toda la neuroplasticidad puede resumirse en dos expresiones: aquéllas neuronas que emiten al mismo tiempo, acaban por conectarse; las neuronas que se activan por separado, terminan por desconectarse.
Incluso, según defiende el científico antes citado, Álvaro Pascual-Leone, el propio pensamiento, la imaginación, pueden llegar a producir cambios en la estructura del cerebro. Personas que se imaginan tocando un instrumento durante el mismo tiempo en el que otros efectivamente practican sobre un instrumento real, muestran similares niveles de destreza. Pascual-Leone también ha conseguido demostrar que es posible, mediante campos magnéticos intracraneales, mover partes de nuestro cuerpo de manera totalmente involuntaria.
Del cerebro conocemos aún poco; consume el 20% de la energía que gasta nuestro organismo, y consume casi la misma tanto cuando está muy activo como cuando está en reposo. ¿Para qué necesita tanta energía en reposo?. Aún dormido funciona en un 80%. Seguramente porque está focalizado hacia el interior. Marcus Raichle ha acuñado el término default network o red por defecto, que es la que actúa en estos casos. Cree que esta actividad cerebral "por defecto" se dedica a promover mecanismos de defensa para proteger la salud del organismo.