Decía Oscar Wilde que el matrimonio puede ser confortable, pero jamás placentero. Y en cuanto al amor eterno, Groucho Marx señalaba que es ese que no hay manera de quitarse de encima. En La Celestina, el padre de Melibea da unas voces tremendas acusando al amor de ser la ruina de las familias.
Antes del surgimiento del amor romántico, los campesinos se casaban con quien podían. Los aristócratas con quien debían. Luego cada cual se las arreglaba para tener una actividad sexual conforme a sus gustos, de modo que matrimonio y sexualidad sólo coincidían para la reproducción.
El amor romántico, tal y como lo entendemos ahora, es un producto cultural que nació en el siglo XII en la Provenza, con los juglares, como estudió Denis de Rougemont, Y nace con la dificultad, cuando surge algún obstáculo en dar rienda a esa base fisiológica que es el sexo, entonces se sublima y se produce una suerte de ensoñación sobre ese menester fisiológico. La ensoñación ante la imposibilidad es lo que se llama amor en el sentido actual.
Gráficamente, un castillo, una dama en la ventana y abajo el juglar tocando la mandolina. El marido está en las cruzadas o cazando jabalíes y ese juglar quiere hacer el amor con ella. Al final puede que incluso la dama le facilite una cuerda, trepe y haga el amor con ella. O que todo se quede en galanteo. Como la extravagante historia de Flamenca, escrita a finales del siglo XIII ; unos baños públicos de aguas termales son el escenario donde tiene lugar el adulterio entre la protagonista y su caballero enamorado, Guilhem de Niviers. En ella se narra la historia de una mujer casada y un caballero enamorado, el cual recurre a un medio de seducción curiosísimo. Como sólo puede verla en misa, se sitúa cerca y aprovecha cada vez que los fieles besan el misal como despedida litúrgica, para soltar dos palabras. Al domingo siguiente, dos más. Al cabo, ella le contesta con otras dos. Y así sucesivamente hasta que con el tiempo (mucho, se supone), el caballero logra seducirla, los adúlteros organizan un plan delirante y finalmente lo llevan a cabo con gran regocijo.
De esa dificultad nace el amor. Muchos de los que escriben sobre el amor, precisamente lo hacen sobre lo que no han consumado. Dante nunca consiguió hablar con Beatriz, si lo hubiese conseguido, y no digamos si se hubiesen casado, se habría acabado todo, incluída La Divina Comedia.
Dante, que veía pasar a Beatriz desde niña, se encontró con ella por primera vez en la plaza cuando ella tenía 8 años y él 15 y ni siquiera hablaron. Después la ve pasar hacia la misa en una capilla de Florencia. Más tarde se la encuentra ya casada y en un último encuentro en la iglesia se produce un juego de miradas. De toda esa dificultad nace la idea de amor.
Antes del surgimiento del amor romántico, los campesinos se casaban con quien podían. Los aristócratas con quien debían. Luego cada cual se las arreglaba para tener una actividad sexual conforme a sus gustos, de modo que matrimonio y sexualidad sólo coincidían para la reproducción.
El amor romántico, tal y como lo entendemos ahora, es un producto cultural que nació en el siglo XII en la Provenza, con los juglares, como estudió Denis de Rougemont, Y nace con la dificultad, cuando surge algún obstáculo en dar rienda a esa base fisiológica que es el sexo, entonces se sublima y se produce una suerte de ensoñación sobre ese menester fisiológico. La ensoñación ante la imposibilidad es lo que se llama amor en el sentido actual.
Gráficamente, un castillo, una dama en la ventana y abajo el juglar tocando la mandolina. El marido está en las cruzadas o cazando jabalíes y ese juglar quiere hacer el amor con ella. Al final puede que incluso la dama le facilite una cuerda, trepe y haga el amor con ella. O que todo se quede en galanteo. Como la extravagante historia de Flamenca, escrita a finales del siglo XIII ; unos baños públicos de aguas termales son el escenario donde tiene lugar el adulterio entre la protagonista y su caballero enamorado, Guilhem de Niviers. En ella se narra la historia de una mujer casada y un caballero enamorado, el cual recurre a un medio de seducción curiosísimo. Como sólo puede verla en misa, se sitúa cerca y aprovecha cada vez que los fieles besan el misal como despedida litúrgica, para soltar dos palabras. Al domingo siguiente, dos más. Al cabo, ella le contesta con otras dos. Y así sucesivamente hasta que con el tiempo (mucho, se supone), el caballero logra seducirla, los adúlteros organizan un plan delirante y finalmente lo llevan a cabo con gran regocijo.
De esa dificultad nace el amor. Muchos de los que escriben sobre el amor, precisamente lo hacen sobre lo que no han consumado. Dante nunca consiguió hablar con Beatriz, si lo hubiese conseguido, y no digamos si se hubiesen casado, se habría acabado todo, incluída La Divina Comedia.
Dante, que veía pasar a Beatriz desde niña, se encontró con ella por primera vez en la plaza cuando ella tenía 8 años y él 15 y ni siquiera hablaron. Después la ve pasar hacia la misa en una capilla de Florencia. Más tarde se la encuentra ya casada y en un último encuentro en la iglesia se produce un juego de miradas. De toda esa dificultad nace la idea de amor.