sábado, 28 de noviembre de 2009

Al este del Edén, el camino hacia la vejez.


Los pasos en la conciencia de la vejez empiezan cuando uno se pone a ver un partido de fútbol y le parecen unos chavales los jugadores. Hasta entonces, en tu memoria visual, los futbolistas eran esos señores que veías en los cromos siendo niño, De pronto esa imagen se destruye: aquellos señores de los cromos son en realidad unos jovenzuelos y tú los doblas en edad.

Más adelante te encuentras diciendo "¡Qué barbaridad!" ante cualquier cosa que te sorprende. Si unos chicos ven un accidente de la Fórmula uno, exclaman, "¡Vaya hostia, tío!", tú dices, "¡Qué barbaridad!".

Una tercera fase es que ante todo lo que te incordia, el ruido de una moto con el tubo de escape abierto, un grupo de gente en algarabía, la música muy alta, señalas "Eso debería de estar prohibido". Entonces es que ya eres un anciano.

Y lo último es cuando vas a cenar y se te acerca un fulano irreconocible de otra mesa, y te arenga, "¡Qué bien te encuentro!", "¡Qué bien te conservas!", como Arturo Fernández, qué bien se conserva.

El reverso terrorífico es que además, ese rostro destruido, ese cuerpo demacrado, descubres después de esforzarte, que esconde a un antiguo compañero de colegio.

En paralelo hay un cambio de ideología: te haces conservador. Uno se hace conservador cuando ya no le cabe una idea nueva en el cerebro, cuando las neuronas no le dan para más. Como lo nuevo no lo comprende, se hace conservador. Te haces conservador porque te quedas con lo único que entiendes.