jueves, 1 de octubre de 2009

El crustáceo del arquitecto Adolf Loos

Siendo un niño, el futuro pintor Oscar Kokoschka (1886-1980) solía ir a un parque público próximo a su domicilio. Allí descubrió un día su despertar sexual al contemplar cómo se balanceaba una niña en un columpio. Desconcertado por ese impulso que parece haberse adueñado de él y también por lo rígida que era la madre de la niña evitando que Oscar se pudiese aproximar a ella, concibe un plan explosivo. Decide fabricar una bomba casera, aprovechando lo que había estudiado en la escuela sobre la composición de la pólvora y coloca el artefacto junto a un hormiguero situado al borde del columpio de marras.

Pero un cálculo heterodoxo en la composición convirtió la explosión en algo mucho más formidable de lo previsto y el estampido no sólo fue tan fuerte que produjo que la niña se cayera del columpio desmayada por el susto, sino que masacró a las confiadas hormigas.

Adolf Loos pintado por Oscar Kokoschka


Treinta años después de esta explosión sentimental Kokoschka visita en París al que había sido su mentor principal, el gran arquitecto Adolf Loos. Entonces Adolf se hallaba autoexiliado en París, enfermo, abandonado por su última mujer, desvariando ya algo y en un estado lamentable de abandono personal. Kokoschka, al poco de iniciar la visita, comprendiendo la situación del viejo maestro, trata de marcharse viendo la angustiosa situación de su amigo, abrumado por resolver la imposible supervivencia de su patria, Austria.

Pero Loos le retiene, e incorporándose del lecho con su pijama lleno de rotos, saca de debajo de la manta un bogavante que chorrea salsa de tomate. Era el plato favorito del arquitecto y generosamente obliga a Kokoschka a compartirlo. Y en un momento de lucidez, Loos explica a Kokoschka que los austriacos perdieron la I Gran Guerra porque en vez de langostas o bogavantes sólo comen albóndigas, strudel y tartas.

Appelstrudel

A veces ni la jardinería ni la pastelería pueden sostener un imperio de opereta como el Austrohúngaro.