Tomarlas, en el fondo, es un poco como el sueño de la artificialidad. En contra de lo natural, porque de algún modo lo natural es la muerte. José Bergamín, en sus últimos años, iba al médico y éste le dijo: “¡Hombre, usted está muy bien, salvo los achaques naturales de su edad!” . Y Bergamín le contestó: “Es que usted no se ha dado cuenta de que lo natural a mi edad es morirse”.
Y esa es mi impresión y que en cambio, la artificialidad es sobrevivir. Me gusta la idea de vida como triunfo más o menos artificial, como truco, como zancadilla a la muerte.
Digamos que las personas se dividen en aquellas que son reacias a tomar medicinas y las otras a quienes les gusta probar sus efectos. Las pro-medicamentos suelen ser menos rigurosas en cuestiones de moral y sexo. Su disposición positiva hacia ese producto farmacéutico que interviene en nuestro organismo requiere alguna desinhibición para exponer el cuerpo. La disposición del cuerpo para experimentar con él y sus efectos inducidos.
Quien hace gesto de no querer tomar esta o aquella píldora reproduce en su actitud la del puritano que teme incurrir en algún acto impuro, mientras quien traga la píldora sin aprehensión hace saber que acepta la sorpresa, el cambio de estado. Quienes no desean medicarse, les pase lo que les pase, denotan a su vez que algo les pasa. Como también quienes se engolosinan en las farmacias dan a conocer síntomas de su yo. Entre tantos rasgos posibles, los pastilleros tienden a ser adictos mientras que los "naturales" tienden a ser adustos.