Algunas cosas nuevas pasan desapercibidas, quizás por lo mismo que nuestra atención se concentra sobre objetos en movimiento. Los elementos inmóviles de un paisaje han de mirarse uno a uno antes de aparecer, y los trozos nuevos deben tener algo previsto o que no sea nuevo para que destaque.
On the street, por Halina1601
Si el paisaje es totalmente nuevo conmueve en principio menos que si está acompañado por novedades de segundo orden, como cuando en un museo nos topamos con cuadros o esculturas ya familiares.
En el fondo esto no es tan extraño; al cabo de un rato de ponernos los zapatos dejamos de notar su presión, y no somos conscientes del zumbido del aire acondicionado hasta que se apaga. Son ejemplos de adaptación sensorial: en realidad, sólo percibimos los cambios, lo inmóvil es invisible. Cuando fijamos la vista en un punto, en realidad el ojo no se queda fijo: sigue realizando “microsacudidas” involuntarias, de amplitud muy reducida. Y cuando se eliminan estas sacudidas, es decir, cuando por fin la imagen queda estática sobre la retina como en una cámara de fotos… se vuelve invisible. Las microsacudidas de los ojos son un truco para conferir movimiento a lo estático y hacerlo así visible.
La fascinación del ojo ante lo móvil explica por qué resulta tan común obrar de manera torpe en los locales de copas. El patosillo los recorre de una punta a otra mirando ciegamente hasta darse a menudo de bruces con otros parroquianos. Como aspira a captar todo sin demora, apenas ve nada y encima es visto de lleno, imbuhído de una mezcla de prisa y avidez que no exalta su atractivo.
Estar provechosamente en un sitio de copas exige economía de movimientos. Por ejemplo, conseguir una bebida y buscarse algún sitio desde donde observar tranquilamente, la única manea de saber si hemos llamado la atención de alguien por el buen método, que es interceptar su mirada por sorpresa. Los seductores observan sin moverse porque no olvidan que lo móvil sólo puede captarse de manera borrosa. Ver, en sentido propio, reclama que observador y observado se detengan por completo, siquiera un instante.
Empero la mirada que se fija largamente en un objeto acaba dejando de ver al objeto tanto más cuanto más tiempo e intensidad se concentra en él. Según Adrian Unger, fisiólogo de la universidad franciscana de Löewen, y él mismo franciscano, la mirada más eficaz es la que se hace a hurtadillas y precisa, concreta y rápida. Mucha continuidad de la máxima relación entre el ojo y el objeto acaba con la realidad de ambos.
Si te mueves no ves, si te fijas mucho pronto desenfocas.