Se ha hecho creer a los niños que lo podían inventar todo, incluso la construcción de su propio conocimiento estimulando su creatividad. La verdad es que las reglas se tienen que aprender, no se pueden inventar.
Después se ha ènseñado que en el aula se podía sustituir el trabajo por el juego y luego que primero hace falta motivar a los alumnos y después hacerlos trabajar. Es lo que en sería una pedagogía del anzuelo. Estas dos ilusiones complementarias, no han funcionado nunca, pues si bien en un primer momento los alumnos se interesan por los temas después no trabajan, porque no tienen asumida la responsabilidad del trabajo y el esfuerzo.
Lo último ha sido hacer creer a los estudiantes que ser joven es genial y formidable y que ser adulto o viejo es una catástrofe cuando la verdad es que el mundo de los adultos bien orientado es más rico, más profundo y más apasionante que el mundo de la infancia. Haber hecho creer estas ilusiones provoca en la juventud un interés enfermizo por la cultura fácil con menoscabo de la cultura interesante.
Para enmendar ésto hay revalorizar el papel del trabajo y el esfuerzo, pues sólo así los alumnos podrán disfrutar de un mundo interesante y no de un futuro pobre. Esto supone impartir de forma inteligente y con significado las enseñanzas tradicionales. Y dar la vuelta a la ilusión pedagógica de que primero hay que apasionar a los alumnos y después hacerlos trabajar. Es al revés. Uno sólo trabaja por obligación. No hay espontaneidad en el aprendizaje. A todos nos ha marcado algún profesor, y siempre era un ser carismático que nos hacía trabajar, no un animador cultural. La ilusión pedagógica nos dice que podemos reemplazar el trabajo por el juego. De ahí el desastre.
Hay que inventar nuevas formas de autoridad sin volver atrás como reaccionarios. Los pilares de la educación desde siempre son la vertiente cultural griega, la ley romana o judía y el concepto del amor cristiano. Unas sin otras, no funcionan.
Después se ha ènseñado que en el aula se podía sustituir el trabajo por el juego y luego que primero hace falta motivar a los alumnos y después hacerlos trabajar. Es lo que en sería una pedagogía del anzuelo. Estas dos ilusiones complementarias, no han funcionado nunca, pues si bien en un primer momento los alumnos se interesan por los temas después no trabajan, porque no tienen asumida la responsabilidad del trabajo y el esfuerzo.
Lo último ha sido hacer creer a los estudiantes que ser joven es genial y formidable y que ser adulto o viejo es una catástrofe cuando la verdad es que el mundo de los adultos bien orientado es más rico, más profundo y más apasionante que el mundo de la infancia. Haber hecho creer estas ilusiones provoca en la juventud un interés enfermizo por la cultura fácil con menoscabo de la cultura interesante.
Para enmendar ésto hay revalorizar el papel del trabajo y el esfuerzo, pues sólo así los alumnos podrán disfrutar de un mundo interesante y no de un futuro pobre. Esto supone impartir de forma inteligente y con significado las enseñanzas tradicionales. Y dar la vuelta a la ilusión pedagógica de que primero hay que apasionar a los alumnos y después hacerlos trabajar. Es al revés. Uno sólo trabaja por obligación. No hay espontaneidad en el aprendizaje. A todos nos ha marcado algún profesor, y siempre era un ser carismático que nos hacía trabajar, no un animador cultural. La ilusión pedagógica nos dice que podemos reemplazar el trabajo por el juego. De ahí el desastre.
Hay que inventar nuevas formas de autoridad sin volver atrás como reaccionarios. Los pilares de la educación desde siempre son la vertiente cultural griega, la ley romana o judía y el concepto del amor cristiano. Unas sin otras, no funcionan.