miércoles, 13 de mayo de 2009

Jesús y la crucifixión

Jesús de Nazaret no fue el primer crucificado. Antes que él otros muchos murieron en cruces. La arqueología y la historia han aportado en los últimos años importantes evidencias sobre como se desarrolló la condena a muerte por crucifixión. El martirio de la cruz es ya citado por fuentes asirias, egipcias, griegas, persas, cartaginesas, etc, mucho tiempo antes de la era cristiana, a pesar de que no se haya datado con exactitud su origen.




Cuenta Flavio Josefo que el rey asirio Antioco IV Epifanes, en su persecución de los judíos, entre el 174 y 164 a.JC, sometió a intensos tormentos a quienes no acataban sus leyes, "...hiriéndoles a latigazos, mutilando sus cuerpos y, estando todavía vivos, colgándoles de cruces".

Esta tortura, junto con la horca, fueron denominadas arbor infelix o infelix lignum, que significa "árbol siniestro" y "leño o tronco siniestro", a pesar de que tiempo después la horca pasó a denominarse genericamente furca. Esta utilización de la definición infelix lignum arbitrariamente para la muerte en cruz y la muerte en horca, ha llevado a algunas comunidades religiosas, como las Iglesia de los Testigos Cristianos de Jehová, a la convicción de que Jesús murió clavado a un solo tronco vertical, sin el leño horizontal que forma la clásica cruz latina.

Pese a esta singular concepción de la crucifixión, lo cierto es que en ambas denominaciones latinas antes citadas, los vocablos arbor (árbol) y lignum (leño) hacen alusión al elemento básico de la cruz; el tronco de árbol de poco grosor.

¿Pero quién pudo ser el inventor de tan atroz forma de muerte?

Ya Cicerón, orador, pensador y político romano, indicaba a un tal Tarquino como su creador. Sin embargo investigadores contemporáneos documentan que el suplicio de la cruz se usaba en Roma antes de Tarquino, siendo además conocido y practicado fuera de la Ciudad Eterna.

La opinión más extendida en la actualidad es que esta forma de ejecución es de origen asiático, concretamente persa, a pesar de que algunos estudiosos mantengan que su origen es fenicio.

Pero lo importantes es que la cruz ya era utilizada por griegos, egipcios, cartagineses, y en otras áreas antes de su introducción en Roma.

En 1968 un grupo de arqueólogos halló al noroeste de Jerusalén, la tumba de un hombre que había muerto crucificado. Las marcas de violencia eran solo patentes en sus talones, atravesados por un clavo de 18 centímetros, en sus muñecas taladradas y en sus tibias y peronés intencionadamente rotos a la altura del tercio inferior y radio derecho, que presenta una fisura por clavo. El osario en que se hallaron estos restos, con a leyenda "Johannan ben Haggol" (Juan, hijo de Haggol) poseen un valor arqueológico y exegético extraordinario. Y el hecho de que no descubriesen otras evidencias de tortura en el crucificado, que según los expertos murió a la edad de entre 24 y 28 años, también resultan de gran valor por algo que explicaremos luego.

Reconstruida por los técnicos la posición de Juan en la cruz sería la siguiente: piernas colocadas una sobre otra ligeramente flexionadas. Los pies, juntos por los talones, son atravesados por un solo clavo (lo que confirmaría la tradición de los tres clavos en la cruz, y no cuatro como han supuesto algunos autores). La caja torácica levemente contorneada y los brazos fijados al palo horizontal (stipe) mediante dos clavos que atraviesan los antebrazos.

Además de "Juan hijo de Haggol", los arqueólogos han encontrado otras evidencias de la muerte en cruz. Por ejemplo, en unas excavaciones realizadas en 1940, en Herculano y Pompeya, fueron descubiertas varias cruces litúrgicas. Dado que estas antiguas villas veraniegas romanas fueron sepultadas por el Vesubio el 24 de agosto del año 79, estas cruces se suponen bastante más antiguas que ese año, y tal vez fueron contemporáneas a la utilizada contra Jesús de Nazaret. Pero esto no quiere decir que sean exactamente iguales a la cruz de Jesús, ya que se han catalogado 385 tipos de cruces diferentes.

Algunos teólogos afirman que la cruz es anterior a Jesús basándose simplemente en el texto evangélico. en Mt. 16-24 leemos: "El que quiera venir en pos de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame".

Respecto a la cruz empleada en la muerte del fundador del Cristianismo, los autores plantean dos hipótesis fundamentales; la cruz Tau (en forma de T) y la cruz latina, clásica representación de la imaginería popular.

Los partidarios de la cruz Tau alegan que este tipo de cruz era la más utilizada en la antigua Roma, pero los detractores de esta hipótesis argumentan que esto no es posible, ya que el texto evangélico afirma que fue colocado un letrero con las iniciales INRI (Jesús Nazareno Rey de los Judíos) en la parte superior de la cruz, sobre la cabeza de Jesús (Mateo, Lucas y Juan) y esto es imposible en una cruz Tau que no tiene extremo superior.

La hipótesis más popular es que Jesús hubiese sufrido calvario en la clásica cruz latina, pero no la típica y estilizada cruz artesana que la iconografía religiosa plantea.

Con seguridad la cruz en que murió Jesús de Nazaret no estaba construida con dos pulidos tablones perfectamente ensamblados, ya que los árboles de Jerusalén (pinos primordialmente) eran demasiado enclenques para parir unos tablones lo suficientemente grandes para confeccionar una cruz mortuoria. Por otro lado, pulir, lijar y luchar contra los nudos de la madera era algo demasiado complicado para confeccionar una herramienta de muerte considerada maldita, y que la mayoría de las veces sería pasto de las llamas debido a las supersticiones populares que rodeaban aquellas despiadadas formas de tortura.

Los romanos denominaban genéricamente crux a todo instrumento de suplicio en que, el condenado a la pena capital, era fijado , alzado y sometido a una muerte lenta y cruel.

Justo Lipsio, el filósofo flamenco del siglo XVI, amigo de Quevedo y gran conocedor de los clásicos, sostenía con otros historiadores esta opinión. En este sentido la palabra latina crux significa simplemente tormento, martirio, y cruciare atormentar.

Según autores los romanos despreciaban a los reos de crucifixión. Tras dejarles un par de días para despedirse de sus familias y zanjar sus deudas, eran conducidos, sin ningún tipo de tormento o tortura adicional, al lugar en que eran crucificados. No se desperdiciaba tiempo ni energía en el condenado a la muerte en cruz. Recordemos que "Juan el Crucificado" no presentaba más síntoma de tortura que los clavos que lo fijaban a la madera y la rotura de las piernas. Explicaré después porqué.

Era tal el desprecio sentido para con los crucificados, que esta humillante tortura era reservada a los criminales de más baja ralea. Un condenado que pudiese mostrar el Civis romanus sum -salvoconducto que demostrase su ciudadanía romana- disfrutaría del "privilegio" de ser decapitado. Ejecución más digna, rápida y "humanitaria", que la agonía lenta e insoportable de la crucifixión.

De no poder demostrar su ciudadanía romana, y ser condenado a la cruz, el reo habría de cargar con el leño (casi siempre de pino vulgar) de unos 190 o 200 cm., llamado stipes hasta el lugar de ejecución. Una vez allí, tal y como llegaba atado al stipes era izado en el patibulum (parte horizontal de la cruz que sería un tronco), utilizando cuerdas que pasaban por encima de dicho tronco. Una vez izado se fijaban ambos troncos, stipes y patibulum (que ya adoptan la forma de cruz latina clásica) y se dejaba al crucificado morir lentamente de hambre, sed, insolación, dolor, asfixia, etc.

No solía descenderse el cuerpo del crucificado hasta que había sido totalmente descompuesto, para que sirviese de ejemplo y advertencia al pueblo.

En conjunto la cruz era bastante baja y el reo podía tardar entre 3 y 5 días en morir. En ese tiempo los crucificados solían ser atacados, y sus extremidades inferiores parcialmente devoradas por las alimañas, por lo que con el tiempo, en una muestra de paradójica "misericordia", los ejecutores decidieron hacer las cruces un poco más altas, pero alargando la agonía del crucificado.

Posteriormente los verdugos adoptarían la "piadosa" medida de romper las piernas del crucificado, con lo cual el cuerpo quedaba suspendido exclusivamente de los clavos de las muñecas.

Según han experimentado médicos forenses, un cuerpo humano en esta situación sufre una asfixia gradual, y para obtener cada bocanada de aire el crucificado ha de izarse a pulso sobre los clavos, que desgarran la carne y los nervios del antebrazo. Y tras cada titánico esfuerzo para respirar una vez más, el cuerpo vuelve a caer suspendido de los brazos, al no poder sostenerse sobre las piernas rotas. Así, en pocos minutos, el crucificado muere por asfixia.

La cruz como símbolo religioso

La imagen de la cruz aparece ya en la más remota antigüedad en áreas como las centro-americanas, tan lejanas y desconectadas de los orígenes del cristianismo.

Incluso en algunos petroglifos prehistóricos se han encontrado grabados cruciformes, lo que no deja de ser razonable, ya que es uno de los símbolos más sencillos que pueden confeccionarse: dos líneas que se cruzan en un punto.

En Europa y Asia no aparece el "signo de la cruz" como distintivo cristiano, al menos hasta el siglo IV. Hasta entonces los cristianos utilizaban otros símbolos, como el cordero divino (imagen originada en el cordero expiatorio del Pentateuco, utilizado por los judíos en su Éxodo a la Tierra Prometida).

En tiempos del Papa Celestino I (año 432), precisamente por lo que hemos expuesto, aparece sobre la puerta de la iglesia de Santa Sabina, en Roma, la que según algunos autores es la imagen más antigua de Jesús crucificado.

Esta imagen del crucificado (del latín "crucifixus", fijado en la cruz), que ahora identificamos instintivamente como específicamente cristiana, no apareció mostrando toda la crueldad de esa muerte, no expuesta públicamente hasta bien entrado el siglo VI y no cruentamente. E incluso entonces despertó indignación y escándalo entre los propios fieles. Este hecho fue reseñado por algunos cronistas cristianos, como el padre Maxime Gorce, quién escribía:

"Cuando en el año 560, aproximadamente, en Narbona fue exhibido por vez primera el cuerpo del ajusticiado (Cristo), según el testimonio de Gregorio de Tours, esto constituyó un espantoso y muy comprensible escándalo..." ´.

Jesús de Nazaret, una crucifixión excepcional

Según la muerte normal por crucifixión en el Imperio Romano, la de Jesús resulta atípica. Y más atípica resulta aún si, como hemos señalado anteriormente, los vestigios arqueológicos apuntan a que el crucificado no era torturado previamente.

El único muerto en cruz del que tengamos constancia histórica, que fue flagelado, golpeado y humillado antes de su crucifixión es Jesús de Nazaret.

En el Evangelio según San Matéo, el de Marcos, el de Lucas y el de Juan, relatan la Pasión y crucifixión de Jesús de Nazaret.

Evidentemente, y si nos atenemos a los documentos históricos (no solo los Evangelios) que hablan de Jesús de Nazaret este no era ciudadano romano, sino judío, y por tanto no podía aspirar a la decapitación. Sin embargo, en lugar de ser conducido a la muerte en cruz directamente, es flagelado, coronado de espinas, y humillado públicamente antes de su crucifixión. Por otro lado, según el relato del Nuevo Testamento, no se le rompen las piernas como era costumbre (y como se profetizaba en el Antiguo Testamento), ya que fallece antes víctima de los sucesivos tormentos.

Este martirio previo, que no se empleaba con los crucificados comunes, tiene en si mismo un extraordinario interés de cara a dos enigmas del cristianismo no menos fascinantes; la Sabana Santa de Turín y el Santo Sudario de Oviedo.

Ambos lienzos sobre todo la Síndone de Turín, representan a un hombre crucificado. En este sentido la historia de la muerte por crucifixión supone un aval razonable a la hora de identificar al hombre de la Síndone con Jesús de Nazaret, ya que la arqueología y la historia no nos han ofrecido evidencias de ningún otro reo de cruz que presenta las extraordinarias características que detalla el Evangelio en relación a la crucifixión de Jesús.

Sólo resta añadir que los primitivos crucifijos representaban a un Jesús vivo y triunfante, lujosamente engalanado y victorioso sobre la cruz, como afirma el dogma de la resurrección. A partir del siglo XII aparece ya muerto y cubierto solo con un paño atado a la cintura. Y a partir de 1300 se inicia populariza ya la representación de un Jesús coronado de espinas, humillado y sufriente, como realmente corresponde a un crucificado.