viernes, 29 de mayo de 2009

El modelo a imitar

La emulación, como motor de la modernidad, fue inaugurada por el Renacimiento que pretendía imitar a los clásicos, como muestra Peter Burke. Por eso la primera novela moderna, el Quijote, es la tragicomedia de un mitómano que literalmente se muere de envidia, según las tesis de René Girard. Pues como postuló Simmel, el proceso de la moda que define a la era moderna está promovido por la emulación, el esnobismo, la competencia de mercado y la rivalidad de clase.

Aquiles descubierto por Ulyses. Rubens y Van Dyck, Museo del Prado. Aquiles sale del cómodo gineceo y se convierte en héroe.

Pero la admiración de carácter moral hace que admiremos el bien y las personas buenas. Esa clase de admiración no sólo exige encontrarnos ante algo realmente bueno, extraordinario, sino también de una predisposición para captar el bien. Sin modelos externos a los que imitar y tratar de superar no hay posibilidad de aprendizaje ni por tanto de desarrollo mental y moral.

Partiendo de este principio hay que plantear enseguida una distinción entre modelos y antimodelos. Ambos son arquetipos de excelencia personal como virtuosos de la autorrealización humana. Pero mientras el modelo es un héroe positivo y virtuoso que se caracteriza por su universalidad, el antimodelo representa la cara oculta del héroe: el lado oscuro de su fuerza (como en Star Wars). Y para caracterizar negativamente a los antimodelos es útil la conocida inversión de los fines por los medios. Un modelo es un fin último que exige esfuerzo personal, es universal y reconoce la libertad y la responsabilidad.

En cambio, el antimodelo desprecia esos fines morales (los valores de universalidad, realización, libertad y responsabilidad, entre otros) para cometer el pecado de anteponer los medios (los métodos, los instrumentos) utilizados para conseguirlos, a los que se sacraliza en términos absolutos como si fueran derechos unilaterales o fines en sí mismos.

El modelo no sólo se desprestigia por los antimodelos sino por la tendencia actual a arrinconar al que sobresale de la mediocridad. Según los análisis de Canetti (Masa y poder) y Ortega (la Rebelión de las masas ) se ve como el rasero democrático acaba indiferenciándolo todo. No se trata de la democracia política, sino de ese democratismo que acaba invadiendo todos los ámbitos de la convivencia humana. La política debe ser democrática, pero la ética es por naturaleza aristocrática. La admiración enfrenta finalmente al hombre con la posibilidad de superarse. El hombre percibe su libertad y capacidad de ser mejor. En este sentido, el carácter ejemplificador del comportamiento virtuoso sirve de acicate para, por la emulación, superarse a uno mismo y alcanzar la perfección.