lunes, 13 de abril de 2009

El cerebro en reposo


En 1953, un médico llamado Louis Sokoloff tumbó a un universitario de 20 años en una camilla y le puso electrodos en el cuero cabelludo. Durante 60 minutos el voluntario estuvo allí resolviendo problemas aritméticos mientras Sokoloff monitorizaba sus ondas cerebrales y comprobaba los niveles de oxígeno y dióxido de carbono en sangre. El investigador de la Universidad de Pensilvania en Filadelfia intentaba averiguar cuánta energía consume el cerebro durante un pensamiento intenso.

Esperaba que el cerebro de su voluntario engullese más oxígeno mientras resolvía problemas, pero lo que vio le sorprendió: no consumía más que cuando descansaba con los ojos cerrados. Para la gente, el cerebro es como un ordenador que permanece en espera hasta que se lo requiere para llevar a cabo una tarea.

El experimento de Sokoloff aportó la primera ojeada a una verdad diferente: que el cerebro disfruta de una vida privada muy rica. Este órgano, que tiene el 2% de nuestra masa corporal, pero que devora el 20% de las calorías que ingerimos, despilfarra mucha de esa energía haciendo nada de nada.

¿En qué consume el 20 por ciento de la energía total disponible este órgano misterioso que sólo representa el dos por ciento del peso promedio de una persona?

Desde luego no en darnos una visión perfecta del mundo exterior. No nos la da y con razón. Recibe señales distorsionadas del sistema visual, auditivo, olfativo, táctil y gustativo, con las que reconstruye a su manera el mundo de afuera. El neurólogo Marcus Raichle y su equipo han descubierto que menos del diez por ciento de todas las sinapsis, es decir, los mensajes entre neuronas, acarrea información sobre el mundo exterior. ¿A qué dedica entonces su vida el cerebro?

En términos evolutivos se ha pasado de una situación en la que unas mandíbulas, unos brazos y unos caparazones portentosos se apoyaban en un cerebro diminuto a una fase como la actual en la que un cuerpo diminuto, incluido el estómago y los sistemas defensivos, no sólo se apoya en un cerebro sobredimensionado, sino que se deja dirigir por él.

Hay un enorme cantidad de actividad en el cerebro en reposo que no hemos tenido en cuenta durante mucho tiempo”, dice Marcus Raichle, el neurocientífico de la Universidad de Washington en Saint Louis.

¿A qué se dedica entonces el cerebro desocupado? El trabajo de Raichle ha llevado a descubrir un sistema principal dentro del cerebro, un órgano dentro de un órgano, escondido durante décadas delante de nuestros ojos. Algunos lo llaman la dinamo neural de la fantasía. Otros le asignan un papel más misterioso: seleccionar los recuerdos y entretejerlos para formar una narración personal. Haga lo que haga, se pone en marcha en cuanto el cerebro no está ocupado en otras cosas.

Es algo muy importante”, dice Giulio Tononi, neurocientífico de la Universidad de Wisconsin-Madison.No es muy frecuente que se identifique un nuevo sistema funcional en el cerebro. Es como encontrar un nuevo continente.” No fue hasta la década de 1980 que los investigadores empezaron a percibir que el cerebro podría estar llevando a cabo tareas importantes mientras se ponía en punto muerto.

Durante esos días, una nueva técnica de escáner del cerebro, llamada PET, era el último grito. Inyectando glucosa radiactiva y midiendo dónde se acumulaba, los investigadores podían atisbar los trabajos internos de la mente. Usándolo, Raichle se dio cuenta de que pasaba algo extraño: algunas zonas parecían iluminarse durante el descanso, pero se apagaban en cuanto la persona empezaba a hacer un ejercicio.

La mayoría de la gente descartaba estas rarezas tachándolas de ruido al azar. Pero en 2001, Raichle y Shulman publicaron un reportaje en el que sugerían que se habían topado con un “modo por omisión” desconocido, una especie de juego del solitario interno que el cerebro enciende cuando no está ocupado, y que aparta a un lado cuando se lo llama para hacer algo diferente.

Esta actividad cerebral se daba en un cúmulo de regiones que se distribuían a lo largo de la línea media del cerebro. Lo que no sabían antes es que parlotea­ban sin parar unas con otras cuando la persona no estaba ocupada, pero se callaban en cuanto una tarea que requería atención se presentaba. Las mediciones de actividad metabólica mostraban que algunas partes de esta red devoraban un 30% más de calorías que cualquier otra área del cerebro.

Todo esto sugiere una y otra vez la pregunta: ¿A qué se dedica el cerebro cuando no hacemos nada? Para Randy Buckner, la evidencia dibuja un cuadro de un sistema cerebral implicado es los actos quintaesenciales de la fantasía: macerar las experiencias pasadas y especular sobre el futuro. “Somos muy buenos a la hora de imaginar posibles mundos; podría ser esta red cerebral la que nos ayuda a hacerlo”, dice Buckner.

Fantasear podría parecer un lujo mental, pero su propósito es absolutamente serio: Buckner y su colega de Harvard Daniel Gilbert ven esta actividad como la herramienta definitiva para incorporar lecciones aprendidas en el pasado a nuestros planes de futuro. Tan importante es este ejercicio, según parece, que el cerebro se pone a hacerlo en cuanto puede, y solo lo interrumpe cuando tiene que desviar su limitado aporte de sangre, oxígeno y glucosa a una tarea más urgente.

De acuerdo con Raichle, "el 60-80% de la energía se dedica a mantener la conexión entre neuronas. El resto, entre un 0,5% y un 1%, se dedica a responder a las demandas del medio exterior".

Para explicar este balance energético, el autor señala la creación de rutas neuronales como el principal sumidero de energía. El cerebro recibe de forma constante señales del exterior que procesa y, poco a poco, va forjando redes neuronales. Es un proceso largo y se forman muchas rutas diferentes simultáneamente.

Además, el cerebro es como una especie de bola de cristal, es decir, genera predicciones sobre el futuro utilizando información que ha recogido a lo largo del tiempo con experiencias. Utiliza la información extraída de vivencias para anticiparse y prepararse para lo que pueda ocurrir en el futuro más inmediato. "Desde hace tiempo se cree que la habilidad de reflejar acontecimientos presentes en otros pasados o contemplar el futuro ha facilitado el desarrollo de los atributos exclusivos humanos, como la imaginación y la creatividad", afirma.

El cerebro utilizaría su energía en barajar los elementos constitutivos de la memoria y así predecir lo que va a ocurrir en el futuro. El cerebro serviría, sobre todo, para alertar e imaginar lo que se nos viene encima. Ahora bien, volvemos a movernos en aguas extremadamente movedizas. Uno de los consensos mantenidos hasta ahora por la comunidad científica ha sido que somos muy malos predictores del futuro. Grandes especialistas como Nassim Taleb, autor del best-seller El cisne negro –los cisnes suelen ser blancos–, han demostrado lo mediocres que somos cuando se trata de imaginar lo que va a ocurrir mañana. La prueba más innegable es la actual crisis económica mundial.

Pero estos investigadores están empezando a sospechar que la red por defecto hace mucho más que fantasear. Raichle publicó el año pasado que las ondas de la red durante el descanso continuaban produciéndose en monos profundamente anestesiados, como si estuvieran despiertos. Más recientemente, Greicius publicó un fenómeno similar es humanos sedados, y otros investigadores han hallado que esta se activa y sincroniza durante las primeras etapas del sueño. Esto fastidiaba la asunción de que la red estaba dedicada a la fantasía.

Dado que la red por defecto está activa en los primeros estadios del sueño, es tentador enlazarla con el sueño propiamente dicho, pero Raichle sospecha que su actividad nocturna tiene otro propósito: clasificar y preservar los recuerdos. Cada día nos empapamos de una montaña de recuerdos a corto plazo, pero solo merece la pena añadir unos pocos a la narrativa personal que rige nuestras vidas.

Ahora, Raichle cree que la red por defecto está implicada en el almacenamiento selectivo y en poner al día los recuerdos basándose en su importancia desde una perspectiva personal, sean estos buenos, amenazadores, emocionalmente dolorosos, etcétera. Para evitar una acumulación de recuerdos pendientes de almacenar, la red reemprende sus tareas siempre que puede. Para apoyar esta idea, Raichle señala que la red charla constantemente con el hipocampo. También devora enormes cantidades de glucosa, desproporcionadas con la cantidad de oxígeno que usa.

Raichle cree que, más que quemar esta glucosa extra para obtener energía, la utiliza como materia prima para formar los aminoácidos y neurotransmisores que necesita para construir y mantener las sinapsis, la materia propia de la memoria. “Es a esas conexiones a las que va la mayor parte del coste de funcionamiento del cerebro”, explica Raichle.

Todo esto se ha hecho esperar desde la sorprendente observación de Sokoloff hace 56 años. Observar el cerebro en reposo, está revelando ahora su rico mundo interno.