El romano Plinio el Viejo cuenta la pasión erótica que suscitaba la estatua policromada Venus de Cnido, de Praxíteles, pues alguno se le abrazaba durante la noche y la besaba dejando la estatua llena de huellas. Ovidio relata el caso del escultor Pigmalión cuya hermosa estatua de Venus, cincelada por el mismo, le llenó de pasión de tal manera que igualmente se abrazaba con ella y la besaba.
Venus Colonna, copia romana de la Venus de Cnido
Pero nadie llegó al nivel del romántico Heinrich Heine. En su libro Noches florentinas cuenta el caso de un joven que se dirige a un jardín donde yace una estatua femenina que le obsesiona para besarla. Lo hace con gran voluptuosidad y siente tal deleite que se convierte exclusivamente en un adorador de estatuas, y lo curioso el que el propio Heine actuaba igual según le confesó a un amigo más tarde. Heine evocaba una de sus últimas salidas antes de quedarse paralítico, fue el Louvre para contemplar la Venus de Milo Se postró ante ella y conmovido pasó largo rato a sus pies. A pesar de todo Heine murió de sífilis que seguro no le contagió una estatua.
En el año 30 del pasado siglo Luis Buñuel, con guión ex- aequo con Salvador Dalí , realiza La Edad de Oro y en uno de sus fotogramas recoge la escena en que una actriz lame con frenesí el pie de la estatua de Diana, lo que provocó - unida a otra escena en la que muestra a uno de los personajes de “Los 120 días de Sodoma” de Sade interpretado por Jesucristo - que fuera retirada una semana más tarde para salvaguardar el orden público. Envuelta en el escándalo, recibió violentas críticas, ataques de la extrema derecha, y fue prohibida en Francia y en Estados Unidos.