La famosa etóloga Helen E. Fisher en el reeditado 'Anatomía del amor. Historia natural de la monogamia, el adulterio y el divorcio' hurga en los comportamientos no aprendidos de la conducta y se extiende por su desarrollo en la cultura,
El libro muestra muchas evidencias, como la frecuencia y normalidad del adulterio en todas partes - que va desde actividades tan diferentes como la hospitalidad sexual de los esquimales hasta el sentimiento norteamericano de que la intimidad fuera del matrimonio, aunque no haya sexo, es una forma de adulterio-.
En fin, "Señor, dame castidad y continencia, pero no todavía", que decía Agustín de Hipona.
Afirma Fisher que vivimos en una cultura rara, en la que el entorno sociológico nos induce a invertir en fidelidad conyugal, mientras la práctica demuestra que realmente la energía la empleamos en meternos en otras sábanas.
Resulta que el adulterio es un comportamiento evolutivo adaptativo. Los hombres quieren multiplicar su linaje como sea y las mujeres buscan protección y seguridad para ellas y su progenie (si les basta con uno se convierten en santas y si no se fían del uno, cogen más).
Pero la cultura lo mediatiza según épocas y posición: Lucien Febvre, fundador de la famosa escuela histórica francesa de los Annales, comenzaba su curso de Historia Moderna rememorando una madrugada en la cual Francisco I de Valois regresaba de incógnito a su castillo tras yacer en el lecho de su amante; a su paso, las campanas de una iglesia llaman a los oficios; el rey entra, se arrodilla y reza fervorosamente; luego, vuelve a subir a su caballo y se reúne con los suyos.Pide a los estudiantes que lo interpreten: quiere hacerse perdonar su adulterio, por el que se siente culpable, antes de recibir el abrazo de su mujer y sus hijos. Nada de eso, replica el maestro: en el siglo XVI, al menos para un Valois, no había incongruencia alguna en pasar de las armas al lecho del placer, de éste a los bancos de la iglesia y de estos últimos al seno de la familia, sin que supusiera la menor sombra de hipocresía.
Pero actualmente a las diferentes culturas la infidelidad no les sienta muy bien. A la hora de combatirla, algunos toman medidas drásticas. Los hombres bantúes de África Sudecuatorial untan su pene con un veneno antes de hacer el amor con su esposa. Están convencidos de que el veneno no afectaría a la esposa pero sí al posible amante.
Como decíamos, en cambio algunos esquimales son tan hospitalarios que acostumbran a agasajar a sus visitantes masculinos ofreciéndoles una noche con su mujer.
Por el contrario, entre los miembros de la sociedad de los Turu de Tanzania, se da por hecho que las mujeres tienen amantes, pero es su obligación mantenerlo en secreto. Para ello colaboran los vecinos con su silencio.
Literariamente, el otro día recordé El desorden de tu nombre' de Juan José Millás, que se vale de una trama amorosa construida sobre el esquema típico del triángulo: el protagonista que es un ejecutivo de una editorial; su psicoanalista, y la esposa de éste, Laura, de 35 años. O la novela El primo Basilio, de Eca de Queirós que cuenta la traición de la joven y encantadora Luisa, que engaña a su marido con el primo del título.
Ya David es adúltero en el arranque del Antiguo Testamento, como lo es Helena en La Ilíada; desde los albores del relato escrito hasta la pasión homosexual de Brokeback Mountain, el tema del adulterio es constante en la narrativa. Lo cual remite al matrimonio, que lo antecede en la experiencia: para que exista el adulterio, hombres y mujeres deben haberse prometido fidelidad, un amor exclusivo. Al menos a mí, esta promesa me parece más sorprendente y más misteriosa que el adulterio.
W. Somerset Maugham dice que el amor es una broma pesada que se nos juega para asegurar la preservación de la especie. Si así fuese, debería sernos natural la reproducción con cuantos se nos presenten cada vez que sucumbimos al celo, como ocurre con la mayoría de los animales. Y sin embargo, casi desde el origen de la especie, el hombre tendió a organizarse de manera monogámica. Me pregunto cuáles serán las razones. Zeus se veía obligado a adoptar los disfraces más indignos para ocultarse de su esposa cada vez que copulaba con una mortal, llegó a hacerse pasar por un cisne ¿Cómo es posible que ya entonces el adulterio fuera asunto mal reputado? Las cópulas de Afrodita con Marte y de Helena con Paris, que acaban tan mal, lo atestiguan.
La maldición del adulterio suele justificarse por la legitimidad de la descendencia, pero me parece un argumento flojo.
Y no es evidente que se considere una traición a la sangre. El marido sufre pero a ese dolor debe añadirse la vergüenza, porque el cornudo siempre y en todo lugar ha sido motivo de burla. No así la adúltera, la cual recibe castigo, pero no humillación.
Todos sabemos además que paradñojicamente sólo una porción pequeñísima de adúlteras acaba siendo conocida. Todos los adúlteros, en cambio, acaban siendo descubiertos.