Su entrada en el convento coincidió con una enfermedad que la acompañaría media vida, una brucelosis que se desarrolló en varias etapas siendo la pericarditis su primera manifestación. A los 19 años tuvo un coma de tres días de duración secundario a una meningoencefalitis brucelósica que le dejó múltiples secuelas neurológicas: contracturas, debilidad, parálisis y una epilepsia secundaria y que disparó los rumores acerca de su santidad pues ya la daban por muerta.
Luego sufrió muchos éxtasis en los que logró tener conversaciones con Dios donde la hablaba sobre lo que debía hacer. En alguno de esos éxtasis levitaba más de un metro sobre el suelo.
En uno de sus éxtasis sufrió la aparición de un ángel, que portaba una flecha que le atravesó el corazón como bien explica ella:
"Vi un ángel que venía del tronco de Dios, con una espada de oro que ardía al rojo vivo como una brasa encendida, y clavó esa espada en mi corazón. Desde ese momento sentí en mi alma el más grande amor a Dios"
Eso es lo que representó Bernini en su archiconocida escultura del Éxtasis de Santa Teresa , donde la santa se encuentra en el momento anterior en el que el ángel le clava la flecha de oro en el corazón.
Cuentan que a su muerte, se descubrió que tenía una herida punzante en el corazón.
Tan solo ocho años después de su muerte (1582), en 1590 apareció su primera biografía; al poco otra. Esta rapidez en utilizarla como ejemplo por parte de la Iglesia respondía al interés de la jerarquía eclesiástica en convertir la figura de Teresa en un instrumento de la Contrarreforma. Fue este motivo el que llevó a la familia Cornaro a encargar al escultor Bernini una obra que mostrase a Santa Teresa en pleno éxtasis. Lo que no podían imaginar los mecenas era que la escultura iba a tener las connotaciones erótico-místicas que hicieron de ella una obra fundamental en cualquier tratado de erotismo y arte. Un ejemplo lo encontramos en el libro de Georges Bataille El erotismo, donde el rostro de la Santa Teresa de Bernini ilustra la portada. En ese libro, Bataille habla de las neurosis de la santa como una "experiencia mística que no es más que una sexualidad transpuesta y, por tanto, una conducta neurótica". En otro tono, Dan Brown utiliza la estatua de Bernini en su libro Ángeles y demonios para dar una de las pistas de su trama de Iluminados y no duda en considerar que en la figura esculpida la santa parece "a punto de gozar de un orgasmo brutal".
Mística y sufí
El camino sutil del sufismo tocó toda la tradición mística de Occidente y en especial la mística española renacentista. La relación de San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús con poetas sufís fue probada ya desde principios del siglo XX por el sacerdote español Miguel Asín Palacios. Siguiendo con esta tradición sufí Teresa busca a Dios a través del mundo de los sentidos, Teresa no habla con Dios, simplemente le ve y se produce un encantamiento ante la contemplación, algo que se sitúa más allá del orgasmo genital y que no por ello deja de participar en las sensaciones del mismo. No en vano la tradición sufí utiliza precisamente el sexo como puente entre los humano y material y lo divino, esa es precisamente la función de Eros.
Santa Teresa abandonó sus alucinaciones cuando comenzó su vida pública y se dedicó a fundar conventos de la orden que ella misma había transformado apelando a los antiguos votos de pobreza, obediencia y abandono de todo boato social. Fue así como fundó las carmelitas descalzas que vinieron a sustituir a su antigua orden en donde la separación entre monjas según el linaje, los escarceos nocturnos de los galanes y las corruptelas derivadas de grandes dotes económicas contribuían a agrandar aún más las diferencias sociales entre monjas doñas y criadas que entraban en religión siguiendo a su señora.
Teresa tardó cierto tiempo en entender cual era su misión, un tiempo lleno de desgarros, de búsqueda espiritual, de dudas sobre lo que veía y sentía. Hasta que no conoció a S. Pedro de Alcántara y a S. Francisco de Borja sus protectores frente al tribunal del Santo Oficio, es muy probable que su búsqueda derivara en un ejercicio de demostraciones místicas: en una escalada que tuvo que legitimar precisamente a través de la escritura de su obra maestra: El libro de su vida, su confesor le sugirió que escribiera este libro precisamente para servir de testimonio frente a la Inquisición. De lo que se trataba era de discriminar si sus visiones eran obra de Dios o del demonio.
El éxtasis de Teresa podría ser su condición anímica, una persona desgarrada en la búsqueda de una misión que de sentido a su vida, la reforma de la orden, y que necesariamente debe encajarse en la realidad, en lo posible. Y esa condición anímica especial sólo está al alcance de unos pocos.
Un día una sobrina le dijo: "Lo mejor sería fundar una comunidad en que cada casa tuviera pocas hermanas". Santa Teresa consideró esta idea como venida del cielo y se propuso fundar un nuevo convento, con pocas hermanas pero bien fervorosas. Ella llevaba ya 25 años en el convento. Una viuda rica le ofreció una pequeña casa para ello. San Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de la ciudad apoyaron la idea. El Provincial de los Carmelitas concedió el permiso.
Nunca más volvió a alucinar, aunque sus fiebres recurrentes la acompañaron de por vida. Murió a los 67 años de un cáncer de útero.
Luego sufrió muchos éxtasis en los que logró tener conversaciones con Dios donde la hablaba sobre lo que debía hacer. En alguno de esos éxtasis levitaba más de un metro sobre el suelo.
En uno de sus éxtasis sufrió la aparición de un ángel, que portaba una flecha que le atravesó el corazón como bien explica ella:
"Vi un ángel que venía del tronco de Dios, con una espada de oro que ardía al rojo vivo como una brasa encendida, y clavó esa espada en mi corazón. Desde ese momento sentí en mi alma el más grande amor a Dios"
Eso es lo que representó Bernini en su archiconocida escultura del Éxtasis de Santa Teresa , donde la santa se encuentra en el momento anterior en el que el ángel le clava la flecha de oro en el corazón.
Cuentan que a su muerte, se descubrió que tenía una herida punzante en el corazón.
Tan solo ocho años después de su muerte (1582), en 1590 apareció su primera biografía; al poco otra. Esta rapidez en utilizarla como ejemplo por parte de la Iglesia respondía al interés de la jerarquía eclesiástica en convertir la figura de Teresa en un instrumento de la Contrarreforma. Fue este motivo el que llevó a la familia Cornaro a encargar al escultor Bernini una obra que mostrase a Santa Teresa en pleno éxtasis. Lo que no podían imaginar los mecenas era que la escultura iba a tener las connotaciones erótico-místicas que hicieron de ella una obra fundamental en cualquier tratado de erotismo y arte. Un ejemplo lo encontramos en el libro de Georges Bataille El erotismo, donde el rostro de la Santa Teresa de Bernini ilustra la portada. En ese libro, Bataille habla de las neurosis de la santa como una "experiencia mística que no es más que una sexualidad transpuesta y, por tanto, una conducta neurótica". En otro tono, Dan Brown utiliza la estatua de Bernini en su libro Ángeles y demonios para dar una de las pistas de su trama de Iluminados y no duda en considerar que en la figura esculpida la santa parece "a punto de gozar de un orgasmo brutal".
Mística y sufí
El camino sutil del sufismo tocó toda la tradición mística de Occidente y en especial la mística española renacentista. La relación de San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús con poetas sufís fue probada ya desde principios del siglo XX por el sacerdote español Miguel Asín Palacios. Siguiendo con esta tradición sufí Teresa busca a Dios a través del mundo de los sentidos, Teresa no habla con Dios, simplemente le ve y se produce un encantamiento ante la contemplación, algo que se sitúa más allá del orgasmo genital y que no por ello deja de participar en las sensaciones del mismo. No en vano la tradición sufí utiliza precisamente el sexo como puente entre los humano y material y lo divino, esa es precisamente la función de Eros.
Santa Teresa abandonó sus alucinaciones cuando comenzó su vida pública y se dedicó a fundar conventos de la orden que ella misma había transformado apelando a los antiguos votos de pobreza, obediencia y abandono de todo boato social. Fue así como fundó las carmelitas descalzas que vinieron a sustituir a su antigua orden en donde la separación entre monjas según el linaje, los escarceos nocturnos de los galanes y las corruptelas derivadas de grandes dotes económicas contribuían a agrandar aún más las diferencias sociales entre monjas doñas y criadas que entraban en religión siguiendo a su señora.
Teresa tardó cierto tiempo en entender cual era su misión, un tiempo lleno de desgarros, de búsqueda espiritual, de dudas sobre lo que veía y sentía. Hasta que no conoció a S. Pedro de Alcántara y a S. Francisco de Borja sus protectores frente al tribunal del Santo Oficio, es muy probable que su búsqueda derivara en un ejercicio de demostraciones místicas: en una escalada que tuvo que legitimar precisamente a través de la escritura de su obra maestra: El libro de su vida, su confesor le sugirió que escribiera este libro precisamente para servir de testimonio frente a la Inquisición. De lo que se trataba era de discriminar si sus visiones eran obra de Dios o del demonio.
El éxtasis de Teresa podría ser su condición anímica, una persona desgarrada en la búsqueda de una misión que de sentido a su vida, la reforma de la orden, y que necesariamente debe encajarse en la realidad, en lo posible. Y esa condición anímica especial sólo está al alcance de unos pocos.
Un día una sobrina le dijo: "Lo mejor sería fundar una comunidad en que cada casa tuviera pocas hermanas". Santa Teresa consideró esta idea como venida del cielo y se propuso fundar un nuevo convento, con pocas hermanas pero bien fervorosas. Ella llevaba ya 25 años en el convento. Una viuda rica le ofreció una pequeña casa para ello. San Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de la ciudad apoyaron la idea. El Provincial de los Carmelitas concedió el permiso.
Nunca más volvió a alucinar, aunque sus fiebres recurrentes la acompañaron de por vida. Murió a los 67 años de un cáncer de útero.