jueves, 3 de enero de 2008

EL APEGO Y EL CONSERVADURISMO

Ángeles Santos Torroella

El apego a ciertos bienes materiales es el más corrosivo punto de partida para deslizarse hacia la decadencia del cuerpo, mente y espíritu. Es mejor obligarse a no guardar apenas cosas, releer libros pocas veces, sólo por no descubrir de nuevo el Mediterráneo, no escuchar una y otra vez viejos discos. E imponerse la disciplina de buscar alternativas nuevas antes que revolcarse en lo que sé seguro que me gusta. Procurar no tener costumbres o aficiones muy adquiridas que por satisfacernos tanto pueda ocultar la visión de otras perspectivas.

Uno se hace conservador cuando los chips del cerebro están gastados y ya no pueden admitir más información, más novedades, pues ya no te caben. Entonces sientes un rechazo natural a admitir cosas nuevas. Te haces conservador porque te quedas con lo único que entiendes.

Los hábitos: Aquello que se siente, en la medida que se expresa, hace al ser humano capturable. El cazador es el que conoce los límites de los rituales de los demás. Si alguien no tiene hábitos, si cada vez que le llega una circunstancia la piensa de nuevo y decide qué hacer, nunca será cazado.

Los rituales, las costumbres, las manías repetitivas, surgen por todo lo que provocamos cada vez que tomamos una decisión, la sucesión de complicadas causas y efectos inaprensibles, que se nos escapan. Y como defensa, nos conformamos con el ritual y ser cazados, con tal de no meternos en el tremendo berenjenal de investigar las consecuencias de nuestros actos.

La fijeza en las costumbres es símbolo de pereza intelectual. Preferimos, si antes hicimos algo y no fue del todo nefasto, repetirlo, y así se pasa de padres a hijos

Y en cuanto a las relaciones personales, no merece la pena aguantar más de la cuenta y nada da más gusto que hacer lo que a uno le da la gana sin miedo a lo que pueda pasar, porque al final tampoco pasa nada y si no bailas con una, bailas con otra, lo que es ampliable a todos los aspectos de la vida.