domingo, 1 de febrero de 2009

Los niños no siempre lo fueron, para mal y para bien

Jan van Eyck, retrato del matrimonio Arnolfini


Magaret
Mead, una antropóloga clásica, nos ha proporcionado interesantes noticias sobre los arapesh, un poblado de la Micronesia cuyo ideal de vida se resume en dos metas: hacer que los niños y el ñame, su alimento principal, crezcan bien.

Nuestra cultura, en cambio, siempre ha sido más bien hostil con los niños La relación de los padres con los niños estuvo marcada por el infanticidio en la antigüedad, después por el abandono, luego por la disciplina y dosis de crueldad y sólo a partir del siglo XVIII por ideas de cariño. Aún así, Jean -Jacques Rousseau, el gran educador afectivo del siglo XVIII, fue depositando a sus hijos en una inclusa según nacieron. Y en Inglaterra, hasta 1815, no era delito robar a un niño, excepto si estaba vestido, entonces lo delictivo era el hurto de la ropa.

Veamos: durante la Edad Media no existía el concepto de infancia, los niños no se consideraban seres diferentes a los adultos, no había un vocabulario específico para describir la infancia. Los niños se diferenciaban tan sólo de los adultos en el aspecto de la dependencia económica.

Intelectuales como San Agustín se avergonzaban de la niñez, pues la consideraba como la máxima expresión de la naturaleza animal del hombre. Además de ser el fruto del pecado (producto de una relación carnal), la infancia para este sabio medieval era la edad de las pasiones, de la exaltación de los instintos animales. Siglos más tarde, Descartes veía en la infancia el precio que debía pagar el hombre por obtener el tan preciado entendimiento. La niñez era para este filósofo lo opuesto a la razón, y por lo tanto, la época del error.

Durante siglos, las mujeres europeas manifestaron una total indiferencia frente al fruto de su vientre. En algunos períodos de la historia, se negaron a dar pecho a sus hijos y para ello recurrieron a las nodrizas, quienes a su vez, abandonaban a sus vástagos para vender su leche.

El historiador francés Philippe Ariès nos muestra la indiferencia de la sociedad europea ante la infancia: no existía un sentimiento singular que se reflejase en las actitudes frente a la muerte, en los juegos, en los hábitos de crianza, etc. Según este autor, antes del siglo XVII era común enterrar a los niños en el patio de las casas, como se hacía con cualquier animal doméstico, la presencia de niños en espacios propios de los adultos, como las tabernas, o la ausencia de juegos infantiles, o incluso, la inexistencia de una indumentaria particular para la infancia, de un vestido. son muestras evidentes de la inexistencia, para esa sociedad, de algo parecido a lo que hoy consideramos como la niñez.

Por esta lógica, no había escuelas, colegios o actividades especiales, si eran como los adultos o adultos en potencia, segregarlos retrasaría la formación de una visión adulta. El niño era integrado en la comunidad lo antes posible. Como decíamos, no había juguetes o juegos o vestidos especiales para ellos. Las escuelas estaban destinadas solo a impartir enseñanzas artesanales especializadas y estaban abiertas a quien le interesasen sin límite de edad, allí aprendían niños con adultos.

Con el desarrollo de la burguesía las cosas empezaron a cambiar. En 1660 aparecen los primeros juguetes infantiles, en principio objetos reducidos de elementos de la vida real, como los caballitos de madera y ya en el siglo XVIIi aparecen artefactos de uso específico para la infancia. Philippe Ars destaca que ésto empieza a verse en un cambio en la iconografía donde empiezan a abundar, por ejemplo, las relaciones glorificadas madre-hijo y las representaciones en interiores de escenas familiares. Pero únicamente en la clase burguesa.

La escuela fue otra revolución, principalmente auspiciada por órdenes religiosas, como los jesuitas. Fueron los primeros en abrazar el concepto de debilidad de la infancia y auspiciaron la segregación de los niños del mundo de los adultos. Y por cada vez mayor tiempo. El resultado es que las hazañas de un Mozart como compositor infantil, hoy apenas resultarían creíbles, mientras que por aquella época no eran cosa tan desacostumbrada. Muchos niños ejecutaban y componían música hábilmente y se dedicaban a otras actividades adultas. Hoy, en ciertos ambientes, como el de los judíos ortodoxos, que se considera anacrónico, muchos niños siguen integrándose con seriedad en los estudios antes de los cinco años de edad y como consecuencia, los prodigios talmúdicos son corrientes.

Por una parte, con la burguesía y los avances y conocimientos de las ciencias empíricas, se empezó a valorar y diferenciar al niño, con lo que vivió en un ambiente cuidado y por otra, se le segregó de la vida adulta, con lo que sus capacidades potenciales se vieron minimizadas y se le niveló a una escala de inteligencia media (mediocre).