Al premio Nobel de medicina francés Jacques Monod le diagnosticaron en diciembre de 1975 - con 65 años - anemia hemolítica en su versión más letal para la época. Su tipo de anemia tenía un límite de vida de seis meses.
Finales de mayo de 1976. Los seis meses han transcurrido. Jacques Lucien Monod, premio Nobel en 1965, director del prestigiosísimo Instituto Pasteur, decide ir a Cannes, donde tenía una casa y había vivido en su infancia, aunque nació en París. Por azar en ese momento se celebraba el tan prestigioso Festival de Cine. Asiste a una cena en el Festival, el jueves. El lunes siguiente, a las 0,45, Monod estaría en los titulares: Jacques Monod, arquitecto de la biología molecular, muere en Cannes a los 66 años de edad.
En la cena de inuaguración del festival coquetea con las mujeres que acaba de conocer. Tiene un aspecto magnífico. Alto, delgado, elegante, bronceado... bueno, realmente el bronceado se debía a grandes cambios en la pigmentación de la piel que solo en Cannes podrían pasar por un bronceado; modificaciones producidas cuando la conversión de bilirrubina a bilirrubina glucoronoide excede la capacidad del hígado para arrojarlo a la bilis. A partir de ese momento los días de vida se cuentan con la mano, cosa que Monod conocía perfectamente.
Monod amaba a las mujeres. Era viudo desde cuatro años atrás, de Odette; se casaron en 1938, de ella decía Monod que era refinada como una piedra preciosa, seguramente debido a que era arqueóloga y conservadora de museo. Lo que más le gustaba a Jacques Monod de las mujeres es que llevaban vida, decía, amaban la vida instintivamente.
En dicha cena de inauguración del Festival, una mujer que se coloca a su lado por azar le pregunta por qué está en Cannes. "Estoy pasando aquí mis vacaciones" responde Monod. "Me quedan tres o cuatro días de vacaciones" dice con naturalidad.
Horace Bianchon era el médico que obraba maravillas en la novela de Balzac, La comedia humana. Cuando el propio Balzac enfermó a los 51 años y estaba a punto de morir, gritaba que si Bianchon estuviese allí le habría salvado. Monod no busca consuelo en Bianchon, sino en el filósofo hispano romano Séneca. Decía que era el mejor para ayudar en un caso terminal. ¿Y qué le aconsejaba Séneca?:
"Vamos, doctor Monod, ¿estás reacio a dejar las cosas sin hacer, sin terminar, incompletas?. Pues no lo estés. No dejas nada sin hacer porque no hay establecido un número fijo de tareas sagradas que tengamos que completar - sin duda sabrás que morir es una de las tareas sagradas de la vida -. Todas las vidas son cortas. Lo que importa no es que sea larga, es que sea buena. Termínala en cualquier lugar y solamente asegúrate de terminarla con un final feliz."
El que sería su último día, domingo 30 de mayo, a última hora de la tarde, recibe la visita su amigo el escritor Jerry Kosinski, - el autor de Bienvenido Mister Chance entre otras obras - . Están en la terraza de la casa de Monod en Cannes, Monod fuma para dismular el temblor de la mano. Es la señal de que el final está muy cerca. En la anemia hemolítica terminal se puede saber, por los avance de los síntomas, día a día lo que le queda a uno de vida, con precisión científica. Por primera vez a Monod se le humedecen los ojos. Pero Monod es un hombre orgulloso y los hombres orgullosos no lloran. Vuelve la cara hacia el sol y sonríe con franqueza. Con una sonrisa tan radiante como el propio sol. Su última sonrisa. Se levanta, da la mano a Jerry y se despide con "Adiós, querido muchacho" y entra en su casa por última vez.
Su sonrisa final es como la que vio Albert Camus en Sísifo, que mirando a la muerte de cara, no ve más que el Sol. Una sonrisa alegre de alguien que está contemplando la sucesión de acciones inconexas creadas por él, mezcladas bajo el ojo de la memoria y selladas pronto por la muerte. Así lo escribió Camus en El mito de Sísifo, que Jacques Monod citaba en su conocida obra El azar y la necesidad. La cita, más extensa, empieza con "En ese sutil momento en que el hombre mira hacia atrás en su vida .. ." y termina " ... hay que imaginarse a Sísifo feliz."
Jacques Monod falleció el 31 de mayo de 1976 y está enterrado en el Cimetière du Grand Jas, en Cannes.
Finales de mayo de 1976. Los seis meses han transcurrido. Jacques Lucien Monod, premio Nobel en 1965, director del prestigiosísimo Instituto Pasteur, decide ir a Cannes, donde tenía una casa y había vivido en su infancia, aunque nació en París. Por azar en ese momento se celebraba el tan prestigioso Festival de Cine. Asiste a una cena en el Festival, el jueves. El lunes siguiente, a las 0,45, Monod estaría en los titulares: Jacques Monod, arquitecto de la biología molecular, muere en Cannes a los 66 años de edad.
En la cena de inuaguración del festival coquetea con las mujeres que acaba de conocer. Tiene un aspecto magnífico. Alto, delgado, elegante, bronceado... bueno, realmente el bronceado se debía a grandes cambios en la pigmentación de la piel que solo en Cannes podrían pasar por un bronceado; modificaciones producidas cuando la conversión de bilirrubina a bilirrubina glucoronoide excede la capacidad del hígado para arrojarlo a la bilis. A partir de ese momento los días de vida se cuentan con la mano, cosa que Monod conocía perfectamente.
Monod amaba a las mujeres. Era viudo desde cuatro años atrás, de Odette; se casaron en 1938, de ella decía Monod que era refinada como una piedra preciosa, seguramente debido a que era arqueóloga y conservadora de museo. Lo que más le gustaba a Jacques Monod de las mujeres es que llevaban vida, decía, amaban la vida instintivamente.
En dicha cena de inauguración del Festival, una mujer que se coloca a su lado por azar le pregunta por qué está en Cannes. "Estoy pasando aquí mis vacaciones" responde Monod. "Me quedan tres o cuatro días de vacaciones" dice con naturalidad.
Horace Bianchon era el médico que obraba maravillas en la novela de Balzac, La comedia humana. Cuando el propio Balzac enfermó a los 51 años y estaba a punto de morir, gritaba que si Bianchon estuviese allí le habría salvado. Monod no busca consuelo en Bianchon, sino en el filósofo hispano romano Séneca. Decía que era el mejor para ayudar en un caso terminal. ¿Y qué le aconsejaba Séneca?:
"Vamos, doctor Monod, ¿estás reacio a dejar las cosas sin hacer, sin terminar, incompletas?. Pues no lo estés. No dejas nada sin hacer porque no hay establecido un número fijo de tareas sagradas que tengamos que completar - sin duda sabrás que morir es una de las tareas sagradas de la vida -. Todas las vidas son cortas. Lo que importa no es que sea larga, es que sea buena. Termínala en cualquier lugar y solamente asegúrate de terminarla con un final feliz."
El que sería su último día, domingo 30 de mayo, a última hora de la tarde, recibe la visita su amigo el escritor Jerry Kosinski, - el autor de Bienvenido Mister Chance entre otras obras - . Están en la terraza de la casa de Monod en Cannes, Monod fuma para dismular el temblor de la mano. Es la señal de que el final está muy cerca. En la anemia hemolítica terminal se puede saber, por los avance de los síntomas, día a día lo que le queda a uno de vida, con precisión científica. Por primera vez a Monod se le humedecen los ojos. Pero Monod es un hombre orgulloso y los hombres orgullosos no lloran. Vuelve la cara hacia el sol y sonríe con franqueza. Con una sonrisa tan radiante como el propio sol. Su última sonrisa. Se levanta, da la mano a Jerry y se despide con "Adiós, querido muchacho" y entra en su casa por última vez.
Su sonrisa final es como la que vio Albert Camus en Sísifo, que mirando a la muerte de cara, no ve más que el Sol. Una sonrisa alegre de alguien que está contemplando la sucesión de acciones inconexas creadas por él, mezcladas bajo el ojo de la memoria y selladas pronto por la muerte. Así lo escribió Camus en El mito de Sísifo, que Jacques Monod citaba en su conocida obra El azar y la necesidad. La cita, más extensa, empieza con "En ese sutil momento en que el hombre mira hacia atrás en su vida .. ." y termina " ... hay que imaginarse a Sísifo feliz."
Jacques Monod falleció el 31 de mayo de 1976 y está enterrado en el Cimetière du Grand Jas, en Cannes.