Estos días azules y este sol de la infancia… Fue lo último que escribió Antonio Machado. Puntos suspensivos, y murió con esa nostalgia.
Edward Hopper.
Durante los siglos XVIII y XIX, la nostalgia era considerada una enfermedad. El término se usó para definir el estado de añoranza que sufrían los mercenarios suizos repartidos por las cortes europeas.
Hay dos vertientes en la nostalgia, la filosófica y la psicológica . Filosóficamente se origina en el mito del andrógino que relata Aristófanes, habla de una humanidad dividida en dos, y cada una busca a la otra: el erotismo sería la búsqueda de esa otra mitad perdida. Por tanto el deseo es una nostalgia. Y en el plano de anhelo de trascendencia, Platón al hablar de la caída del alma explica cómo el alma tiene nostalgia de cuando participaba de ese mundo de las ideas. Por tanto, la herida de la pérdida implica una nostalgia en todos los terrenos.
Nosotros buscamos la inmortalidad más allá de la muerte porque se desarrolla en nosotros una idea nostálgica de la eternidad: buscamos en el otro cuerpo una unidad con nuestro cuerpo porque tenemos una idea de división.
Psicológicamente, en el siglo XX, los médicos la catalogaron de desorden psiquiátrico que, mediada la centuria, rebajaron a la categoría de depresión.
Sin embargo la Asociación de Psicología del Reino Unido ha publicado un estudio para demostrar que la añoranza hace más bien que mal. Dicen que mirar atrás con nostalgia no es un sentimiento que nos debilite sino una actividad muy saludable. Tanto, que las personas que mejor se rehacen tras un duro golpe, la usan como mecanismo de recuperación. Entre sus beneficios se encuentran el combatir la soledad y la exclusión social.
Los recuerdos suelen seguir el patrón de lo que los psicólogos llaman relato redentor. Aunque hay elementos negativos y positivos, se parte de un estado de dolor, pérdida o exclusión para llegar a un estado positivo de aceptación, euforia o de triunfo. En este proceso, la persona se remonta a un momento de su pasado en el que es el protagonista y está rodeado de personas que le quieren.
El detonante más habitual de la nostalgia es un malestar personal, en especial la soledad: la soledad reduce la percepción del apoyo social pero induce recuerdos nostálgicos que magnifican la sensación de integración social. Este aparente empate se resuelve a favor de la nostalgia por sus efectos beneficiosos añadidos.
Entre otros, la nostalgia eleva los sentimientos positivos y mejora la percepción sobre uno mismo. Además, estos recuerdos ayudan a dar significado a la vida, lo que reduce la angustia existencial.
La nostalgia sería un buen mecanismo para atacar varios trastornos psicológicos. Ante el choque que sufren los inmigrantes en una cultura que no es la suya, podría usarse como medio de integración.
Aunque un exceso de nostalgia puede tener un efecto narcótico. Sin embargo en general, las personas que recurren al recuerdo nostálgico también tienden a un estado y actitud más positiva ante la vida.
Los estudios revelaron que la nostalgia, asociada tradicionalmente a los pusilánimes, es un recurso habitual de los fuertes. Las personas más adaptativas, los primeros que se recuperan ante una desgracia, son las que más recurren a los recuerdos nostálgicos.