Holidays At Sea. Leonardo Sala
La droga en sus orígenes fue una cosa de viejos. Eran los mayores quienes la tomaban, tenía un carácter ritual y por ese motivo eran los maduros los que la tomaban. O bien como alivio de la vida era asimismo para personas mayores, que ya no tenían otras felicidades. El mismo Platón en Las Leyes tiene un trozo en el que dice que la embriaguez - y Platón no era nada, nada libertino - era cosa normal en él porque la vida ya no le daba mucho más y que lo intolerable era dar la bebida a los jóvenes, porque en aquel tiempo era impensable que un joven pudiera emborracharse cuando tenía tantas otras posibilidades por delante.
Veamos a partir de los dos últimos siglos:
En sus famosas Confesiones - segundo cuarto del siglo XIX - Thomas De Quincey niega una y otra vez que la droga cree “hábito”. Entre 1880 y 1920, cuando comenzarán las restricciones a su disponibilidad, el usuario regular de morfina era de sectores económicamente favorecidos. La mitad eran médicos o esposas de médicos y boticarios; el resto personas acomodadas con problemas de nervios o entregadas a la moda (el estilo “decadente” hacía furor), gente del teatro y la noche, damas de vida alegre, algunos clérigos y personal sanitario auxiliar. Sólo unos pocos habían decidido consumir esta droga por iniciativa propia, sin mediar el consejo de algún terapeuta o amigo, y la gran mayoría lo sobrellevó durante 10, 20, 30 40 años sin hacerse notar ni en casa ni mostrar incapacidad laboral.
A finales de siglo llega a las farmacias el envase doble de una nueva compañía farmacéutica, la Bayer, que ofrece al público dos sustancias analgésicas: ácido acetilsalicílico (Aspirina) y diacetilmorfina (Heroína). Para los médicos de la época la heroína posee muchas ventajas sobre la morfina. No es hipnótica y no tiene el peligro de contraer hábito.
En los inicios de la idea del prohibicionismo, que desembocará en la Ley Seca, y la equivalente para opio, morfina y cocaína y más adelante heroína, en 1905, un comité especial del Congreso norteamericano calcula que en el país hay entre doscientas y trescientas mil personas con hábito de opiáceos y cocaína (aproximadamente un 0,5% de la población). Con todo, estas drogas no sólo eran de venta libre (incluso podían adquirirse por correo directamente del mayorista), sino intensamente promocionadas mediante periódicos, revistas y publicidad mural, y había al menos cien bebidas bien cargadas de cocaína (entre ellas la Coca-Cola y el no menos célebre entonces Vino Mariani). Lógicamente, no se conocían intoxicaciones involuntarias o accidentales –al tratarse de productos puros y bien dosificados-, ni delincuencia alguna vinculada a su obtención.
La etapa siguiente al ritmo en que Estados Unidos vaya consolidando su posición de superpotencia mundial y exportando una cruzada contra las drogas, transforma al usuario tradicional en una mezcla entre delincuente y enfermo, movido a ello por los precios y la adulteración del mercado negro, por el contacto con círculos criminales y por la irresponsabilidad tanto social como personal que confiere el estatuto del adicto. Casi nueve décadas después de haber puesto en vigor leyes prohibicionistas, hay en Estados Unidos una proporción muy superior de personas con hábito de opiáceos y cocaína, en su mayoría incapaces laborales, a quienes se atribuyen dos terceras partes de los delitos contra la propiedad y las personas.
Por eso que actualmente la droga circule sobre todo entre los jóvenes es porque la droga, debido al prohibicionismo, se ha convertido en un asunto mercantil y los jóvenes son el mercado por excelencia. Cuando la droga no tenía un incentivo económico, se convertía en una cosa para personas adultas y enfermas, para hacer frente a fuertes dolores o a frustraciones por la pérdida de capacidades. Es lo que ocurre con la bebida ahora. El borracho crónico es un adulto.
La droga en sus orígenes fue una cosa de viejos. Eran los mayores quienes la tomaban, tenía un carácter ritual y por ese motivo eran los maduros los que la tomaban. O bien como alivio de la vida era asimismo para personas mayores, que ya no tenían otras felicidades. El mismo Platón en Las Leyes tiene un trozo en el que dice que la embriaguez - y Platón no era nada, nada libertino - era cosa normal en él porque la vida ya no le daba mucho más y que lo intolerable era dar la bebida a los jóvenes, porque en aquel tiempo era impensable que un joven pudiera emborracharse cuando tenía tantas otras posibilidades por delante.
Veamos a partir de los dos últimos siglos:
En sus famosas Confesiones - segundo cuarto del siglo XIX - Thomas De Quincey niega una y otra vez que la droga cree “hábito”. Entre 1880 y 1920, cuando comenzarán las restricciones a su disponibilidad, el usuario regular de morfina era de sectores económicamente favorecidos. La mitad eran médicos o esposas de médicos y boticarios; el resto personas acomodadas con problemas de nervios o entregadas a la moda (el estilo “decadente” hacía furor), gente del teatro y la noche, damas de vida alegre, algunos clérigos y personal sanitario auxiliar. Sólo unos pocos habían decidido consumir esta droga por iniciativa propia, sin mediar el consejo de algún terapeuta o amigo, y la gran mayoría lo sobrellevó durante 10, 20, 30 40 años sin hacerse notar ni en casa ni mostrar incapacidad laboral.
A finales de siglo llega a las farmacias el envase doble de una nueva compañía farmacéutica, la Bayer, que ofrece al público dos sustancias analgésicas: ácido acetilsalicílico (Aspirina) y diacetilmorfina (Heroína). Para los médicos de la época la heroína posee muchas ventajas sobre la morfina. No es hipnótica y no tiene el peligro de contraer hábito.
En los inicios de la idea del prohibicionismo, que desembocará en la Ley Seca, y la equivalente para opio, morfina y cocaína y más adelante heroína, en 1905, un comité especial del Congreso norteamericano calcula que en el país hay entre doscientas y trescientas mil personas con hábito de opiáceos y cocaína (aproximadamente un 0,5% de la población). Con todo, estas drogas no sólo eran de venta libre (incluso podían adquirirse por correo directamente del mayorista), sino intensamente promocionadas mediante periódicos, revistas y publicidad mural, y había al menos cien bebidas bien cargadas de cocaína (entre ellas la Coca-Cola y el no menos célebre entonces Vino Mariani). Lógicamente, no se conocían intoxicaciones involuntarias o accidentales –al tratarse de productos puros y bien dosificados-, ni delincuencia alguna vinculada a su obtención.
La etapa siguiente al ritmo en que Estados Unidos vaya consolidando su posición de superpotencia mundial y exportando una cruzada contra las drogas, transforma al usuario tradicional en una mezcla entre delincuente y enfermo, movido a ello por los precios y la adulteración del mercado negro, por el contacto con círculos criminales y por la irresponsabilidad tanto social como personal que confiere el estatuto del adicto. Casi nueve décadas después de haber puesto en vigor leyes prohibicionistas, hay en Estados Unidos una proporción muy superior de personas con hábito de opiáceos y cocaína, en su mayoría incapaces laborales, a quienes se atribuyen dos terceras partes de los delitos contra la propiedad y las personas.
Por eso que actualmente la droga circule sobre todo entre los jóvenes es porque la droga, debido al prohibicionismo, se ha convertido en un asunto mercantil y los jóvenes son el mercado por excelencia. Cuando la droga no tenía un incentivo económico, se convertía en una cosa para personas adultas y enfermas, para hacer frente a fuertes dolores o a frustraciones por la pérdida de capacidades. Es lo que ocurre con la bebida ahora. El borracho crónico es un adulto.