En 1933 por primera vez se encontró la relación entre los efectos de la restricción de calorías y la extensión de la vida de las ratas. Se comprobó además que era notable la reducción de la presencia de tumores en los animales a dieta. Treinta años más tarde se estudio sistemáticamente la incidencia de tumores, crecimiento y longevidad en condiciones de restricción calórica.
Esto finalmente llamo la atención de la comunidad científica y los trabajos de Walford,Weindruch y Masoro establecieron este paradigma de la investigación biogerontológica y por primera vez se genero un atisbo de posibilidad de modificar el proceso de la senescencia.
La restricción de calorías en la dieta retarda todos los cambios fisiológicos relacionados con el envejecimiento y es el único método conocido para extender la vida y reducir la incidencia de tumores y otras enfermedades asociadas a la vejez.
Los efectos de la restricción son intensos y han sido demostrados en todas las especies estudiadas desde las levaduras hasta los primates.
Se realiza reduciendo entre un 30 y un 50% el consumo de calorías. Si se inicia tempranamente se logra una duplicación de la longevidad de la especie considerada. Todavía no se conoce con precisión el mecanismo por el cual opera. Se ha postulado una drástica disminución del stress oxidativo, observándose reducción de todos los parámetros de daño molecular de los oxidantes. Mejora la respuesta inmune. Disminuye el numero de mitosis en los tejidos, (reducción de tumores).
Se observa mejoría del aprendizaje y de la memoria. Disminuye la vulnerabilidad del tejido nervioso a la injuria y la enfermedad, protegiendo a los animales en modelos de enfermedad de Alzheimer y Parkinson. Estimula la producción de nuevas neuronas y aumenta la plasticidad sináptica. Genera intensos cambios en el metabolismo glúcido, se reduce la glucemia y la resistencia a la insulina, de este modo interfiere también con los procesos de glicosilación.
En ratones de 100 días la expectativa de vida es de 625 días, bajo restricción calórica se extiende a 1250 días, llegando muchos de ellos a 1800 días.La limitación calórica en humanos iniciada a edad similar, si estos datos fueran extrapolables, implicaría alcanzar una vida saludable hasta los 180 años, pero...
Científicos de la Washington University School of Medicine en St. Louis publicaron recientemente un artículo en la revista Agig Cell en el que discrepan sobre la posibilidad de aplicar la restricción calórica con el mismo éxito en personas que en animales.
En la mayoría de los modelos animales usados para estudiar la longevidad la esperanza de vida está relacionada con el factor de crecimiento IGF-1, que es producido principalmente en el hígado. Esta producción es estimulada por la hormona del crecimiento y puede ser reducida mediante la aceleración o insensibilización a esta hormona. En los animales bajo restricción calórica los niveles de IGF-1 en sangre declinan de un 30 a un 40 por ciento. Luigi Fontana, uno de los autores del estudio, afirma que durante años ha supervisado a personas de la sociedad CR sometidas a una dieta de restricción calórica durante largo tiempo. No han encontrado diferencias entre los niveles de IGF-1 de esta gente y los de otras personas.
La sociedad CR, cuyos miembros se autodenominan CRONies (Calorie Restriction with Optimal Nutrition), han estado bajo restricción calórica un promedio de siete años desde que Fontana empezara con las controles. Los niveles de IGF-1 encontrados durante estos controles son idénticos a los de personas sedentarias que comen de una manera normal una dieta occidental.
Como el efecto de este tipo de dieta es tan acusado en animales de laboratorio Fontana, John O. Holloszy y sus colaboradores de Washington University llevan también un proyecto controlado denominado CALERIE (Comprehensive Assessment of the Long term Effects of Reducing Intake of Energy) en el que se analiza el efecto de la restricción calórica y otros factores biológicos ligados a la longevidad y a la salud.
Dividieron aleatoriamente a un conjunto de 48 voluntarios en tres grupos: 18 bajaron su ingesta calórica en un 25%, otros 18 practicaron ejercicio físico como para gastar un 25% más de calorías, mientras que el resto era no cambiaron sus hábitos constituyendo el grupo de control. El experimento se realizó durante un año, al final del cual los investigadores midieron los niveles de IGF-1 de las personas de los tres grupos. De nuevo los niveles de IGF-1 en los sujetos bajo restricción calórica no habían bajado.
Obviamente había una diferencia sustancial entre roedores y humanos bajo este tipo de dieta y no sabía a qué se podría deber. Como los niveles de IGF-1 dependen tanto de la ingestión de caloría como de la ingestión de proteínas, los autores se pusieron a investigar ésto último.
Para ello estudiaron los niveles de IGF-1 de una población de vegetarianos estrictos durante varios años. Éstos, al no comer carne, ingirieron menos proteínas que los CRONies. Descubrieron que los vegetarianos tenían niveles de IGF-1 significativamente inferiores, incluso cuando eran más obesos que los CRONies.
La proteína de la dieta estaría por tanto relacionada con los niveles bajos de IGF-1. Los vegetarianos estrictos obtienen sólo un 10% de su ingesta de calorías totales de las proteínas mientras que los CRONies obtenían un 23 ó 24 por ciento de ellas.
Se solicitó a unos CRONies que rebajaran su ingestiòn de proteínas y seis de ellos se prestaron voluntarios. Después de seis semanas sus niveles de IGF-1 declinaron dramáticamente.
En estudios previos de este mismos grupos de investigadores se mostraba que una dieta baja en proteínas prevenía la aparición de ciertos tipos de cáncer. Ahora también estaría relacionada, teóricamente, con una mayor longevidad.
Fontana sugiere que aquellos que ajusten su dieta para mejorar su salud deberían de controlar no sólo la ingestión de calorías y grasas, sino que además deberían de controlar la de proteínas.
La RDA norteamericana recomienda una ingestión de 0,82 gramos de proteínas por kilo de peso, es decir unos 56 gramos de proteínas para un hombre adulto promedio y 46 gramos para una mujer. La mayoría de la gente consume mucha mayor cantidad, incluyendo los CRONies.
Según Fontana es mucho más fácil restringir la ingestión de proteínas que de calorías, y puede que incluso la reducción de calorías quizás no sea necesaria para bajar los niveles de IGF-1. Estos investigadores quieren comprobar esta hipótesis en estudios futuros. Mientras tanto Fontana aconseja reducir la ingestión de proteínas hasta los niveles aconsejados por la RDA.