Suelta de 1001 globos azules , por el pintor rey del azul, Yves Klein.
Se ha observado que en los primeros siglos el azul, junto con el verde, era considerado un color de escaso valor, probablemente porque al principio no consiguen obtener azules vivos y brillantes, y por tanto los vestidos o las imágenes azules aparecen descoloridos y desvaídos.
Desde 1890, época de cuando datan las primeras encuestas de opinión, el azul ocupa el primer puesto de aceptación en términos de color en todo Occidente, tanto entre los hombres como entre las mujeres, y sin considerar su clase social. Hoy toda la civilización occidental le da preeminencia al azul.
Durante muchísimos siglos el azul fue un color desaparecido. Por más que aparezca en la naturaleza y especialmente en el Mediterráneo, era muy difícil de fabricar y por esa razón en parte no tuvo ningún papel en la vida social, religiosa o simbólica ni de Grecia ni de Roma, al punto tal que la ausencia del azul en los textos antiguos intrigó tanto a algunos filólogos del siglo XIX que llegaron a creer que los ojos de los griegos no lo percibían. El azul a los romanos no les gustaba en absoluto (para ellos era el color de los bárbaros, sus eternos enemigos que tenían ojos claros)
En la Biblia, a excepción del zafiro, no hay espacio para el azul. La situación perduró hasta la Alta Edad Media, los colores litúrgicos de la era carolingia aún lo ignoraban, pero... algo pasó en los siglos XII y XIII y de pronto el azul, que era un paria en la paleta de colores, fue rehabilitado al punto de que muchos siglos más tarde se convertiría en el más amado y oficial de todos los colores.
Ello no se debió solamente a que se dominaran las técnicas de la fabricación del color azul, sino al cambio del simbolismo del color en función de las creencias religiosas. Porque en esa época el Dios de los cristianos se convirtió precisamente en un dios de luz. Y la luz se volvió azul. Por primera vez en Occidente empezaron a pintarse los cielos de azul. Mientras que el latín no tenía un término para designar el azul, las lenguas derivadas inventaron entonces varios para definir sus distintas tonalidades
Aunque hoy nos cueste imaginarlo, hasta ese momento los cielos eran negros, rojos, blancos o dorados. En esta inversión cromática jugó también un rol adicional el frenesí por la clasificación, que buscaba establecer jerarquías de individuos, atribuyéndoles señas de identidad a los distintos estamentos del orden social. No casualmente es la época en que aparecen los apellidos y los escudos de armas. Para tanta variedad y ansias de clasificar no alcanzaba con los tres colores tradicionales (negro, blanco, rojo); por ello se incorporaron a la paleta el amarillo, el verde y el azul.
Mientras tanto, el azul se convirtió en el contrario del rojo. Las iglesias se llenaron de azul. Asistimos así a batallas culturales como la guerra entre los prelados como Suger, abad de San Denís, el alma del desarrollo del gótico, que creía que el color era luz, una manifestación divina y por ello lo utilizaba por doquier, mientras que en el otro extremo nos encontramos con San Bernardo, abad de Claraval, que consideraba que el color era materia y por lo tanto vil y execrable.
A partir del siglo XII, el azul se convierte en un color apreciado; pensemos en el valor místico y estético del azul de las vidrieras y de los rosetones de las catedrales: domina sobre los otros colores y contribuye a filtrar la luz de forma celestial.
Por otra parte no eisten alimentos azules, excepto quizá alguna clase de queso o algún extraño licor. No nos lo imaginamos para comerlo. En él se diferencian y nunca se entremezclan, como en ningún otro color, el gusto y el propio tono. Es el color por excelencia. Se ofrece siempre a la vista, no al gusto. Rechazamos ingerirlo.
En occidente el color preferido es el azul, entonces. Hay motivos religiosos y culturales. En Japón el favorito es el rojo; en la India y China el amarillo y en los países del islam, el verde, el color del profeta.
También nos remite a la melancolía. En inglés blue significa azul, pero también tristeza y blues se traduce como melancolía.