"La melancolía es el sentimiento acostumbrado de nuestra imperfección. Es opuesta a la alegría que nace de la satisfacción del alma y de los órganos; es la mayoría de las veces el efecto de la debilidad del alma y de los órganos. Todo ello sumado a la certeza de la existencia de la perfección, que no se encuentra ni en uno mismo, ni en los otros, ni en los placeres, ni en la naturaleza […]". Ésta es la definición de melancolía que Diderot recoge en la 'Enciclopedia', en el siglo XVIII
El arte, como reflejo de su época, no fue nunca ajeno a ella. En la Antigüedad, estelas funerarias y estatuas griegas y romanas manifiestan ya caracteres emblemáticos que con el tiempo se han identificado con los de la melancolía. La Edad Media el temor al diablo predomina y encontramos pinturas de El Bosco, Martín Schongauer y Lucas Cranach el Viejo. La tentación, la pereza, el desorden del espíritu y los aires de Reforma en la Iglesia dieron lugar a imágenes de luto y aflicción y a la representación de santos que sostienen su cabeza con la mano izquierda, postura comúnmente relacionada con la melancolía. El Renacimiento, trae a Saturno como astro de la contemplación y la sabiduría. Vencida la relación medieval de ese astro con la bilis negra y por tanto su influencia negativa, los hombres del siglo XVI reinventan el significado de la melancolía, dotándole de un sentido de heroicidad espiritual y locura divina que da frutos artísticos de extraordinario valor.
En el Renacimiento nace la figura del genio, la del artista que se siente turbado por que en su interior no cesa la inspiración. Una imagen que es ampliamente debatida en la cultura estética del siglo XVII.
Miguel Angel (1475-1564) representa el primer artista moderno, solitario, poseído y obsesionado por sus ideas. En definitiva, el primer artista, que se siente profundamente atado a su genio y que lo reconoce como una potencia superior, que se impone a su propia voluntad. De este modo, Miguel Angel se adecua a una imagen que en aquel periodo, la primera mitad del siglo XV, comienza a tomar forma sobre la base de una tradición antigua, la idea ya presente en Platón, de que el genio depende de un equilibrio mental inestable; que el talento es algo diferente de aquello que hasta entonces se consideraba como la cima de la perfección, el perfecto equilibrio moral e intelectual del hombre dedicado a los estudios y a la filosofía. En efecto, desde hacía tiempo se comentaba el cierto sentido de locura presente en la vida y en el carácter de los artistas. La soledad, la distracción, la irritabilidad, la tristeza, la profunda melancolía, la obsesión por el trabajo alternada con periodos de ocio total, la indiferencia por la alimentación, la limpieza, la familia... son los hechos que caracterizaron la vida de artistas como Miguel Angel, Leonardo (1452-1519), Masaccio (1401-1428), Donatello (1386-1466), y de otros muchos más. Nace otra imagen al lado de la de aquel artista-artesano y del artista-científico: la figura del artista solitario y melancólico nacido bajo Saturno.
Pero, ¿por qué Saturno, y no mas bien Neptuno o Venus, Marte o Júpiter? ¿Cómo es que se llegó a creer, durante el Renacimiento, que los artistas fuesen melancólicos influenciados por Saturno, el planeta y el mítico dios, en grado de provocar el exceso del "humor melancólico", uno de los cuatro elementos que, se decía, condicionaban la personalidad humana?
La cuestión se reconstruye en un libro clásico sobre la cuestión. Se trata de Saturno y la melancolía de Raymond Klibansky, Edwin Panosfsky y Fritz Saxo. Parten de la teoría de los cuatro temperamentos difundida en la Antigüedad. Para su difusión tuvo un rol importante Hipócrates, el famoso médico griego (460-377 a.C.). Según dicha teoría, el cuerpo humano estaría compuesto por cuatro "humores": la sangre, la bilis amarilla, la flema (el agua) y la bilis negra (en griego, mélaina cholé, de la que proviene melancolía). A cada uno de estos cuatro humores se le hacía corresponder uno de los cuatro diferentes temperamentos: el optimista, el irritable, el impasible y el melancólico. Se consideraba que en un individuo equilibrado, ninguno de los temperamentos prevalecía por encima de otro. Pero en la práctica, se admitía que en cada hombre uno de los cuatro humores dominaba sobre los otros, determinando así el carácter. La teoría de los temperamentos paso a la época Medieval y al Renacimiento. Ésta fue retomada por los primeros estudiosos humanísticos, que la relacionaron con las creencias astrológicas antiguas. Cada uno de los cuatro temperamentos venía así, a conectarse a los planetas conocidos, estableciéndose así, que los nacidos bajo el signo de Venus o Júpiter eran optimistas, irritables aquellos nacidos bajo el signo de Marte, los impasibles los nacidos bajo la Luna, y por último, los melancólicos nacidos bajo Saturno. De aquí nace la idea, todavía difundida, que el temperamento de cada hombre esta determinado por su planeta, por su signo. Saturno en su cualidad de planeta más alto y alejado, toma el nombre del dios Saturno, que podía dar poder y riqueza, pero sólo a cambio de la felicidad. Dios que fue cazado de joven y encarcelado en las vísceras de la Tierra, y a éste se le asocia a la vejez y al dolor, a la locura y a la muerte. No se reconoce que en el ser de temperamento melancólico los lados positivos que tenían eran puros. Se llegó de hecho, a pensar que los melancólicos fuesen, especialmente, los hombres de ingenio: poetas, filósofos, científicos, teólogos, pintores y arquitectos, puestos bajo el signo de Saturno, planeta de la melancolía, pero a su vez, planeta del estudio y de la creatividad. En el siglo XV en ambientes humanísticos y neoplatónicos, en particular por Ficino (1433-1499). En una famosa obra suya, De vida triple, el filósofo discute el tema de la melancolía y la pone en relación con el concepto platónico de divina manía.
El humor melancólico se convierte entonces en una suerte de don divino: "entonces y sólo entonces" escriben Klibansky, Panofsky y Saxo, "la edad moderna llegará a entender la moderna noción de genio, haciendo revivir concepciones antiguas, pero cargándolas de un nuevo significado". La cultura del Renacimiento retoma las ideas de Ficino: sólo el temperamento melancólico era capaz de aquel entusiasmo creativo de los que hablan los diálogos de Platón; pero tal entusiasmo, no solo se refería a poetas y filósofos, también a pintores, escultores y arquitectos. Se les aplicó así a los artistas del Cinquecento la calificación de homo melanchonicus. La melancolía se convertía en una dote apreciada. Mientras, el genio saturnino presenta aquella misma ambigüedad propia del Dios y del planeta. Tal ambigüedad se manifiesta no sólo en el hecho que el melanchonicus es sano y por ello de rara perfección, o bien enfermo, y por ello condenado a la locura. Se trata de una ambivalencia más sutil. El artista es en sí un genio, pero un genio solitario e infeliz. Es un hombre excepcional, dotado de una capacidad no común, pagada con la infelicidad y la desesperación. No es un hombre normal, pero no es tampoco, el Dios creador. Por una parte es aquel que crea, pero por otra el dolor y el malestar, la soledad y la melancolía caracterizan trágicamente su humanidad.
Pero hay más. El pasaje de Mercurio a Saturno tiene la función de consagrar la excepcionalidad del artista también en el sentido de su posición social. La imagen de la soledad y de la locura del artista, es a su vez, la imagen de la separación de aquel ambiente artesano en cual ellos tradicionalmente se colocaban, de la ambigua e incierta introducción en una esfera social superior. Es como si el artista, paradójicamente, fuera excluido de aquel mismo orden social que por primera vez en la historia lo había reconocido y aceptado como tal.
Esta imagen de artista melancólico, no implica el fin de todos los posibles roles que los artistas todavía podían asumir. Por ejemplo, ya en la segunda mitad del siglo XV, se va afirmando, en las cortes de los príncipes y de los papas de la Italia del Renacimiento, otra imagen. Es aquella, del artista cortés, gentilhombre, y filósofo, educado en las Academias, equilibrado y racional, perfectamente integrado en la sociedad del tiempo.
Podríamos hablar de una Edad de oro de la Melancolía: es la época en la que Durero crea su famosa representación de la Melancolía y de otros artistas como Giuseppe Arcimboldo o Nicolas de Leyde. El siglo XVII, devuelve la melancolía al campo de la medicina y en el arte se rescata la representación iconográfica que hiciera Cesare Ripa en 1593, en la que una mujer sentada sobre una roca, se convierte en modelo para los siglos XVII y XVIII. En la época de las Luces y la melancolía se enmarca en el ámbito de la locura, una enfermedad del espíritu. Obras de Piranesi, Füssli o Goya forman esta etapa.
Cuando Nietzsche lanza al hombre a un mundo en el que comienza a sentir la soledad, el Dios ha muerto, la melancolía se transforma en negación trágica del mundo y conduce a la desesperación metafísica. Las pesadillas, la exaltación de la locura, Satanás y lo erótico se convierten en temas recurrentes en la pintura de esa época. Delacroix, Fiedrich ejemplifican este momento. Desde el siglo XIX la melancolía se trata en el ámbito de la psiquiatría, bajo el término depresión. Artistas como Van Gogh ilustran este episodio.
En los tiempo modernos la conciencia infeliz hacen mella en el individuo. Munch, Hopper, Otto Dix, Antonin Artaud.