miércoles, 12 de diciembre de 2007

Ernst Jünger. La valentía.

El que no tiene miedo decide por sí mismo y puede superar el obstáculo, lo que es el principio de toda moral.


Nació en 1895 en Heidelberg. En la Primera Guerra es herido varias veces y premiado con la Cruz de Hierro de primera clase, y la condecoración "Pour la Mérite", la más alta distinción al valor concedida por el Kaiser. Al término de esa guerra, ha recibido "catorce impactos directos", a consecuencia de disparos de fusil, obuses y granadas de mano. Queda enteramente sano, salvo veinte cicatrices de guerra.

En el período de entreguerras asistió escéptico al auge del partido nazi. Algo no acababa de cuadrar: Jünger esperaba el surgimiento de un nuevo "tipo humano" y una nueva organización social ni democrática ni liberal, que estuviesen preparados para el mundo de la técnica, un mundo de fuego y cifras. Pero no se produjo más que el ascenso al poder de un psicópata antisemita auspiciado por el resentimiento (Tratado de Versalles) y la locura de las masas. En 1939 publicó Sobre los acantilados de mármol, una novela en clave muy crítica con el partido nazi. Se libró de la persecución de las S.S. gracias a la intervención directa de Hitler (V tomo de sus memorias, Radiaciones, V p. 486).

Durante la II Guerra Mundial, el capitán Jünger perteneció al alto mando de la wehrmacht en París. Participó en el atentado frustrado contra Hitler en 1944 y salvó a cuantos judíos pudo de la repugnante barbarie de los campos de concentración. Valiente hasta el deliro, tuvo una curiosa estancia cultural parisina en medio de la guerra, aliñada de reuniones con artistas, cenas exquisitas, salvaguardias de vidas de perseguidos y excursiones a la azotea del hotel Rafael, donde se alojaba, para contemplar a la intemperie los bombardeos de los aliados. Abandonó el ejército antes de terminar la guerra con lo que evitó ser juzgado por un Tribunal Militar .

Escritor, filósofo, entomólogo, estudioso de la naturaleza humana, cazador de experiencias, incluídas las drogas - de ahí su amistad con Hoffman, el padre del LSD - viajero contumaz...

Lo esencial de su obra sería “¿Es posible librar del miedo al ser humano? Tal cosa resulta mucho más importante que proporcionarle armas o proveerle de medicamentos. El poder y la salud están en quien no siente miedo.” (La emboscadura, 1951 ) Quienes se esfuerzan por confundir este temor con peligros puntuales, rodeándose de guardaespaldas, médicos y enfermeros olvidan que “ni con las armas ni con los tesoros se conjuran las amenazas”(op. cit.) . La única defensa es el cultivo de nuestra libertad, la libre acción es el único poder que vence al miedo, si bien sólo donde además de resistencia al soborno o a la coacción es también “placer”, disfrute de sí misma.