Primero: para ser amenazadoramente violento hay que poder permitirse físicamente serlo y los jóvenes están en mejores condiciones a ese respecto que los veteranos del Inserso. Por eso la mayoría de las comunidades, primitivas o modernas, han desconfiado de los músculos juveniles y han procurado disciplinarles canalizándoles hacia empleos más socialmente rentables, como la caza, la guerra (ejército) , el deporte o el consumo dé vehículos de motor.
Más lo que escandaliza no es realmente la violencia juvenil (que ha menudo se ha usado por los adultos para proyectos poco edificantes ), sino su ejercicio incontrolado o adverso a intereses aceptados como mayoritarios. Es cuando surge el lamento y se recurre a los culpables, entre los que destaca la televisión y los educadores.
Empero los gebusi de Nueva Guinea matan a un ritmo 100 veces superior al de los norteamericanos. Su cultura conlleva altas dosis de sentido del humor, son generosos a la hora de compartir alimentos, están nada contaminados por la sociedad de consumo, no ven la tele, pero su índice de asesinatos no tiene parangón. La tasa anual de homicidios entre los bosquimanos kung del Kalahari es superior a la de Los Ángeles o Nueva York. Los talibanes tampoco deben ver demasiada televisión, ni los hutus o tutsies . En cambio el mayor consumo del mundo de TV y donde más programas violentos se emiten es en Japón. A su vez el índice de criminalidad suyo es de los más bajos de la tierra.