Un punto de vista radical referente al papel de los padres en la educación, es el de la psicóloga Judith Rich Harris, en su libro “El Mito de la Educación”.
Harris afirma a grandes rasgos tres cosas: 1) que los miles de estudios de socialización cuyo fin es identificar la efectividad de diferentes tipos de educación, son básicamente inválidos; 2) que los padres tienen una influencia escasa o nula sobre la personalidad de los hijos, tal como se deduce de los estudios de gemelos y de adopción; y 3) que la socialización de los niños y jóvenes se produce a través del contacto con sus amigos. Serían pues, los colegas los verdaderos padres y maestros.
En la primera parte de su libro, Harris, ataca sin piedad los métodos empleados en los estudios de socialización, los cuales se realizarían más o menos así: se elige un niño dentro de una familia y se analiza tanto el tipo de educación como la personalidad e inteligencia del niño; se realizan suficientes observaciones de manera que se pueda encontrar alguna correlación entre ambas cosas. Típicamente, estos estudios encuentran que las personas inteligentes y sensatas, capaces de controlar su vida, y que educan ‘bien’ a sus hijos, tienen, en general, hijos, inteligentes y sensatos y capaces de controlar su vida (y a la inversa). De aquí concluyen que ‘as buenas prácticas educativas tienen efectos positivos sobre la personalidad.
¿Es eso cierto? Debería serlo, miles de psicólogos y educadores no pueden estar equivocados. Lo están, afirma Harris, estos científicos están llevando sus conclusiones mucho más lejos de lo que
permitirían los datos. En primer lugar, estos estudios no permiten distinguir los efectos genéticos de los educativos. Pudiera ocurrir que las personas inteligentes y equilibradas tengan hijos con estas características, debido a que les transmiten sus genes. De hecho, cuando se diseña el estudio para distinguir este tipo de efectos, como ocurre con los gemelos criados aparte, lo que se ve es que la educación tiene poca influencia.
Harris emplea otros argumentos adicionales. El primero es que el tipo de educación es característico de cada cultura. Por ejemplo, en USA los asiáticos suelen emplear un estilo de crianza más autoritario que los blancos, a pesar de lo cual no se ha detectado un efecto negativo en la personalidad (y de hecho su media del CI es más alta). Por otro lado, el estilo educativo ha cambiado en los últimos años en muchos países, haciéndose menos autoritario.
¿Dónde están los beneficios de estos cambios? Harris apunta la idea de que cada sociedad tiene su Mito de la Educación, es decir, un estilo de educar socialmente aceptado, aunque no necesariamente el mejor ni el único posible.
Otro argumento se basa en la falta de efectos detectables en las familias no convencionales. Si el papel de los padres es fundamental, qué ocurrirá si no hay padre o si ambos esposos son del mismo sexo u otras combinaciones por el estilo. La respuesta es: nada. Los hijos de madres solteras, de parejas homosexuales o de padres divorciados no son significativamente distintos del
resto de los niños, de acuerdo con muchos trabajos.
Sin olvidar que el proceso de educación es una carretera de doble vía. Solemos asumir que la influencia vade padres a hijos, pero también fluye en sentido contrario. Un niño de carácter muy difícil va a generar respuestas negativas de sus padres, lo que se traduce un ambiente emocional y educativo peor. Como dice el viejo chiste: “Pobre Jaimito, viene de una familia destrozada”. “No me extraña; Jaimito puede destrozar a cualquier familia.”
Más razones esgrimidas por Harris. El sistema educativo tradicional de las clases altas europeas y americanas consistía en minimizar el contacto de padres e hijos, encasquetando la educación de la prole a niñeras, institutrices o colegios internos. Y sin embargo, los hijos de las clases acomodadas se convertían en adultos muy parecidos a sus padres y enseguida adquirían su acento y, casi siempre, sus gustos sofisticados.
En resumen, los estudios de gemelos y las observaciones de Judith Harris han puesto el dedo en la llaga acerca de lo que sabemos realmente: ¿en qué rasgos de la conducta tienen los padres influencia? ¿Cómo afecta una infancia dura al desarrollo de la personalidad? ¿Cómo debería manejarse la desigualdad natural?.
Harris afirma a grandes rasgos tres cosas: 1) que los miles de estudios de socialización cuyo fin es identificar la efectividad de diferentes tipos de educación, son básicamente inválidos; 2) que los padres tienen una influencia escasa o nula sobre la personalidad de los hijos, tal como se deduce de los estudios de gemelos y de adopción; y 3) que la socialización de los niños y jóvenes se produce a través del contacto con sus amigos. Serían pues, los colegas los verdaderos padres y maestros.
En la primera parte de su libro, Harris, ataca sin piedad los métodos empleados en los estudios de socialización, los cuales se realizarían más o menos así: se elige un niño dentro de una familia y se analiza tanto el tipo de educación como la personalidad e inteligencia del niño; se realizan suficientes observaciones de manera que se pueda encontrar alguna correlación entre ambas cosas. Típicamente, estos estudios encuentran que las personas inteligentes y sensatas, capaces de controlar su vida, y que educan ‘bien’ a sus hijos, tienen, en general, hijos, inteligentes y sensatos y capaces de controlar su vida (y a la inversa). De aquí concluyen que ‘as buenas prácticas educativas tienen efectos positivos sobre la personalidad.
¿Es eso cierto? Debería serlo, miles de psicólogos y educadores no pueden estar equivocados. Lo están, afirma Harris, estos científicos están llevando sus conclusiones mucho más lejos de lo que
permitirían los datos. En primer lugar, estos estudios no permiten distinguir los efectos genéticos de los educativos. Pudiera ocurrir que las personas inteligentes y equilibradas tengan hijos con estas características, debido a que les transmiten sus genes. De hecho, cuando se diseña el estudio para distinguir este tipo de efectos, como ocurre con los gemelos criados aparte, lo que se ve es que la educación tiene poca influencia.
Harris emplea otros argumentos adicionales. El primero es que el tipo de educación es característico de cada cultura. Por ejemplo, en USA los asiáticos suelen emplear un estilo de crianza más autoritario que los blancos, a pesar de lo cual no se ha detectado un efecto negativo en la personalidad (y de hecho su media del CI es más alta). Por otro lado, el estilo educativo ha cambiado en los últimos años en muchos países, haciéndose menos autoritario.
¿Dónde están los beneficios de estos cambios? Harris apunta la idea de que cada sociedad tiene su Mito de la Educación, es decir, un estilo de educar socialmente aceptado, aunque no necesariamente el mejor ni el único posible.
Otro argumento se basa en la falta de efectos detectables en las familias no convencionales. Si el papel de los padres es fundamental, qué ocurrirá si no hay padre o si ambos esposos son del mismo sexo u otras combinaciones por el estilo. La respuesta es: nada. Los hijos de madres solteras, de parejas homosexuales o de padres divorciados no son significativamente distintos del
resto de los niños, de acuerdo con muchos trabajos.
Sin olvidar que el proceso de educación es una carretera de doble vía. Solemos asumir que la influencia vade padres a hijos, pero también fluye en sentido contrario. Un niño de carácter muy difícil va a generar respuestas negativas de sus padres, lo que se traduce un ambiente emocional y educativo peor. Como dice el viejo chiste: “Pobre Jaimito, viene de una familia destrozada”. “No me extraña; Jaimito puede destrozar a cualquier familia.”
Más razones esgrimidas por Harris. El sistema educativo tradicional de las clases altas europeas y americanas consistía en minimizar el contacto de padres e hijos, encasquetando la educación de la prole a niñeras, institutrices o colegios internos. Y sin embargo, los hijos de las clases acomodadas se convertían en adultos muy parecidos a sus padres y enseguida adquirían su acento y, casi siempre, sus gustos sofisticados.
En resumen, los estudios de gemelos y las observaciones de Judith Harris han puesto el dedo en la llaga acerca de lo que sabemos realmente: ¿en qué rasgos de la conducta tienen los padres influencia? ¿Cómo afecta una infancia dura al desarrollo de la personalidad? ¿Cómo debería manejarse la desigualdad natural?.