El ser humano se ha fascinado, a lo largo de la historia, con los espectáculos crueles. Primero con los anfiteatros romanos. O la inquisición; en los autos de fe se reservaban balcones, la gente dormía en el suelo la noche anterior para no perder el mejor sitio. La Guerra Civil; cuenta Vilallonga que después de Misa las mujeres iban a ver los fusilamientos. Sade nos recordó que el gusto por la crueldad estaba arraigado en la naturaleza humana. No estaba desencaminado el marqués.
André Malraux en los años 30s se preguntaba a sí mismo qué se puede ya contar en la novela si los horrores más extremos que podemos inventar se quedan en algo casi infantil cuando hemos descubierto, a partir de Freud, que lo más monstruoso está en la mente, en el inconsciente del ser humano. Terencio decía que nada humano nos es ajeno. Pero parece que lo esencial de lo humano es lo inhumano.
André Malraux en los años 30s se preguntaba a sí mismo qué se puede ya contar en la novela si los horrores más extremos que podemos inventar se quedan en algo casi infantil cuando hemos descubierto, a partir de Freud, que lo más monstruoso está en la mente, en el inconsciente del ser humano. Terencio decía que nada humano nos es ajeno. Pero parece que lo esencial de lo humano es lo inhumano.