Cuando se inició la Guerra Civil española, Franco sólo era conocido por algunos expertos en materia militar. Con el paso de apenas unos días, Franco fue capaz, sin embargo, de proyectar claramente una imagen de sí mismo en Roma y en Berlín, que lo convertía en el líder rebelde español más capaz de concluir con éxito acciones militares decisivas. Eso hizo que disfrutara del aprecio de Hitler y de Mussolini, si bien no era aún técnicamente, por así decirlo, el comandante en jefe de las fuerzas insurgentes. Pero la percepción inicial de ambos a propósito de Franco, como detentador de la llave que garantizaba la unidad de acción de las fuerzas militares levantadas contra la República, estaba más que justificada.
No obstante, el primer informe enviado por los representantes en España de Italia y de Alemania no era especialmente elogioso: “Franco no posee la apariencia física de un gran líder”, escribió el embajador alemán Faupel en su informe enviado a Berlín. Lo describía como excesivamente bajo de estatura, tímido, estólido, nada elocuente ni autoritario en sus maneras. Se daba además una tendencia, por parte de sus aliados en el Eje, a criticar el liderazgo militar de Franco, tachándolo de poco imaginativo y carente de miras; tanto los fascistas como los nazis le consideraban excesivamente “reaccionario”, “católico” y “clerical”, cosas que además tenían por inherentes al Movimiento Nacional, algo que no podía equipararse, según ellos, con el movimiento revolucionario “dinámico” y “moderno” que caracterizaba a los regímenes de Roma y Berlín. Así, el segundo embajador alemán en Madrid, Von Stohrer, dudaba de que Franco pudiera unificar, mediante la manipulación necesaria, a las fuerzas que en principio le sostenían.
Tales consideraciones, en cualquier caso, no parecieron preocupar en exceso a Hitler, al que tampoco interesaba demasiado la victoria rápida de Franco pues prefería utilizar la guerra en España como una diversificación estratégica que distrajera al mundo de sus movimientos operativos sobre la Europa central.
Hitler nunca mostró el menor interés personal por él hasta septiembre de 1940, cuando la posibilidad de que España se incorporase a la Segunda Guerra Mundial constituyó para Hitler un asunto de importancia. Hitler confiaba en convencer al Generalísimo en el famoso encuentro que ambos tuvieron en Hendaya, a finales de octubre de 1940. Varias horas de conversación con el dictador español, en las cuales mostró Franco gran resistencia a secundar sus planes y a comprometerse en obligaciones concretas, supusieron una experiencia nada grata, desde luego, para el Führer, quien diría después que prefería que le sacaran tres o cuatro muelas antes que tener que mantener otro encuentro con Franco.
Aunque al final, Franco y Serraño Suñer tuvieron que aceptar un protocolo de entrada en la Guerra en lucha contra Inglaterra, cuando se lo pidiesen las potencias del Eje y el ejército estuviese reconstituido, haciéndose cargo Alemania del material y demás necesidades de la Guerra, aparte de ayuda económica. Circunstancia que no llegó a darse.
Antes de aquella entrevista en Hendaya, la escasa opinión de Hitler sobre Franco era positiva, si bien siempre le había concedido aquel papel secundario del que ya se ha hablado, pero, desde luego, tras su entrevista se deterioró rápidamente. Franco, según Hitler, era “desagradecido”, y tanto él como su cuñado, Serrano Suñer, “jesuíticos”. No mejor consideración tendría Hitler sobre los soldados de la División Azul, a los que tachó de “intrépidos” y “sucios”, por su desprecio de la estrategia militar y el poco aseo que mostraban.
La opinión final de Hitler, en suma, fue que había cometido un gran error en España. Llegó a decir que, si Alemania ganaba finalmente la guerra, en cuanto brotase una nueva contienda civil en España, cosa de la que no dudaba, apoyaría a los “rojos”, que eran realmente revolucionarios y no reaccionarios y clericales como los franquistas.
Al contrario, Churchill y De Gaulle apreciaron a Franco por su anticomunismo y tuvieron influencia en su continuidad. Pero esa es otra historia...
No obstante, el primer informe enviado por los representantes en España de Italia y de Alemania no era especialmente elogioso: “Franco no posee la apariencia física de un gran líder”, escribió el embajador alemán Faupel en su informe enviado a Berlín. Lo describía como excesivamente bajo de estatura, tímido, estólido, nada elocuente ni autoritario en sus maneras. Se daba además una tendencia, por parte de sus aliados en el Eje, a criticar el liderazgo militar de Franco, tachándolo de poco imaginativo y carente de miras; tanto los fascistas como los nazis le consideraban excesivamente “reaccionario”, “católico” y “clerical”, cosas que además tenían por inherentes al Movimiento Nacional, algo que no podía equipararse, según ellos, con el movimiento revolucionario “dinámico” y “moderno” que caracterizaba a los regímenes de Roma y Berlín. Así, el segundo embajador alemán en Madrid, Von Stohrer, dudaba de que Franco pudiera unificar, mediante la manipulación necesaria, a las fuerzas que en principio le sostenían.
Tales consideraciones, en cualquier caso, no parecieron preocupar en exceso a Hitler, al que tampoco interesaba demasiado la victoria rápida de Franco pues prefería utilizar la guerra en España como una diversificación estratégica que distrajera al mundo de sus movimientos operativos sobre la Europa central.
Hitler nunca mostró el menor interés personal por él hasta septiembre de 1940, cuando la posibilidad de que España se incorporase a la Segunda Guerra Mundial constituyó para Hitler un asunto de importancia. Hitler confiaba en convencer al Generalísimo en el famoso encuentro que ambos tuvieron en Hendaya, a finales de octubre de 1940. Varias horas de conversación con el dictador español, en las cuales mostró Franco gran resistencia a secundar sus planes y a comprometerse en obligaciones concretas, supusieron una experiencia nada grata, desde luego, para el Führer, quien diría después que prefería que le sacaran tres o cuatro muelas antes que tener que mantener otro encuentro con Franco.
Aunque al final, Franco y Serraño Suñer tuvieron que aceptar un protocolo de entrada en la Guerra en lucha contra Inglaterra, cuando se lo pidiesen las potencias del Eje y el ejército estuviese reconstituido, haciéndose cargo Alemania del material y demás necesidades de la Guerra, aparte de ayuda económica. Circunstancia que no llegó a darse.
Antes de aquella entrevista en Hendaya, la escasa opinión de Hitler sobre Franco era positiva, si bien siempre le había concedido aquel papel secundario del que ya se ha hablado, pero, desde luego, tras su entrevista se deterioró rápidamente. Franco, según Hitler, era “desagradecido”, y tanto él como su cuñado, Serrano Suñer, “jesuíticos”. No mejor consideración tendría Hitler sobre los soldados de la División Azul, a los que tachó de “intrépidos” y “sucios”, por su desprecio de la estrategia militar y el poco aseo que mostraban.
La opinión final de Hitler, en suma, fue que había cometido un gran error en España. Llegó a decir que, si Alemania ganaba finalmente la guerra, en cuanto brotase una nueva contienda civil en España, cosa de la que no dudaba, apoyaría a los “rojos”, que eran realmente revolucionarios y no reaccionarios y clericales como los franquistas.
Al contrario, Churchill y De Gaulle apreciaron a Franco por su anticomunismo y tuvieron influencia en su continuidad. Pero esa es otra historia...