“Convenzámonos de que el origen del pudor no fue sino un refinamiento del placer. Resultaba agradable desear por más tiempo con el fin de excitarse aún más, pero algunos imbéciles no tardaron en tomar por virtud lo que no era más que un hallazgo del libertinaje.” (Sade, Juliette)
Sin las prohibiciones religiosas, sin sus pecados, sin sus amenazas morales, los deseos - sobre todo el sexual - , no hubieran alcanzado el refinamiento que tuvieron en ciertas épocas. Estoy seguro de que son mil veces más imaginativos, audaces y delicados, los que pasaron - sea hombre o mujer - por colegios de frailes y monjas que los que estudiaron en colegios laicos.
Todo esto ya lo expresó Buñuel en sus memorias dictadas a Jean Claude Carriere, (Mi último suspiro) y hay un escritor francés Roger Vailland que tiene un ensayo sobre erotismo titulado La mirada fría, que lleva un epígrafe de Sade que dice: “Y él lanzó sobre mí la mirada fría del perfecto libertino“.
Es un libro muy interesante en el que sostiene todo lo que apunto arriba, que para que haya erotismo tiene que haber represión, que la libertad y el erotismo están reñidos. Dice que las muchachas del siglo XVIII han pasado a la historia de la civilización como las más eróticas. ¿Por qué? Porque estaban educadas en los conventos, y los conventos, a través de sus prohibiciones y de sus obsesiones, creaban una curiosidad y unos tabúes que eran los mayores fermentos para la imaginación. Vailland señala que sin la Iglesia católica no hubiera sido posible el erotismo. Por una parte creó las prohibiciones y, por otra, creó un entorno, un ceremonial que le ha suministrado al erotismo su instrumental más rico y novedoso.
Es significativo el caso de Baudelaire, un refinado esteta, estimulado por la prohibición del goce ( “lLa voluptuosidad única y suprema del amor yace en la certidumbre de hacer el mal”. Cohetes, VII) En el siglo XVIII, descontando a Sade, los libertinos consideraban - equivocadamente - un obstáculo las prohibiciones, pues vedaban de el retorno al paraíso divinamente natural , muy influídos por Rousseau .
Pero el teórico que más profundizó en esta modalidad perversa del goce fue Georges Bataille, ya en el siglo XX, contraponiéndola también al naturalismo dieciochesco. “La trasgresión difiere del ‘retorno a la naturaleza’: levanta la prohibición sin suprimirla” (El erotismo) .
También para San Pablo la prohibición es origen del pecado, se nos hace atractivo pecar gracias a ella: “Pero yo no conocí el pecado sino por la Ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: no codiciarás (…) porque sin la ley el pecado está muerto.” (Epístola a los romanos, VII - 7-8).
Es la ley, la prohibición, la que me revela el afán pecador.
Sin las prohibiciones religiosas, sin sus pecados, sin sus amenazas morales, los deseos - sobre todo el sexual - , no hubieran alcanzado el refinamiento que tuvieron en ciertas épocas. Estoy seguro de que son mil veces más imaginativos, audaces y delicados, los que pasaron - sea hombre o mujer - por colegios de frailes y monjas que los que estudiaron en colegios laicos.
Todo esto ya lo expresó Buñuel en sus memorias dictadas a Jean Claude Carriere, (Mi último suspiro) y hay un escritor francés Roger Vailland que tiene un ensayo sobre erotismo titulado La mirada fría, que lleva un epígrafe de Sade que dice: “Y él lanzó sobre mí la mirada fría del perfecto libertino“.
Es un libro muy interesante en el que sostiene todo lo que apunto arriba, que para que haya erotismo tiene que haber represión, que la libertad y el erotismo están reñidos. Dice que las muchachas del siglo XVIII han pasado a la historia de la civilización como las más eróticas. ¿Por qué? Porque estaban educadas en los conventos, y los conventos, a través de sus prohibiciones y de sus obsesiones, creaban una curiosidad y unos tabúes que eran los mayores fermentos para la imaginación. Vailland señala que sin la Iglesia católica no hubiera sido posible el erotismo. Por una parte creó las prohibiciones y, por otra, creó un entorno, un ceremonial que le ha suministrado al erotismo su instrumental más rico y novedoso.
Es significativo el caso de Baudelaire, un refinado esteta, estimulado por la prohibición del goce ( “lLa voluptuosidad única y suprema del amor yace en la certidumbre de hacer el mal”. Cohetes, VII) En el siglo XVIII, descontando a Sade, los libertinos consideraban - equivocadamente - un obstáculo las prohibiciones, pues vedaban de el retorno al paraíso divinamente natural , muy influídos por Rousseau .
Pero el teórico que más profundizó en esta modalidad perversa del goce fue Georges Bataille, ya en el siglo XX, contraponiéndola también al naturalismo dieciochesco. “La trasgresión difiere del ‘retorno a la naturaleza’: levanta la prohibición sin suprimirla” (El erotismo) .
También para San Pablo la prohibición es origen del pecado, se nos hace atractivo pecar gracias a ella: “Pero yo no conocí el pecado sino por la Ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: no codiciarás (…) porque sin la ley el pecado está muerto.” (Epístola a los romanos, VII - 7-8).
Es la ley, la prohibición, la que me revela el afán pecador.