El pueblecito francés de Ferney , fronterizo con Suiza, tomó el nombre de Ferney-Voltaire en 1878 en homenaje y agradecimiento a Voltaire, que residió allí a partir de 1755. Antes de llegar él, el pueblo apenas contaba una centena de habitantes. Voltaire saneó las zonas pantanosas e hizo construir el castillo, la iglesia y numerosas casas, invitando artistas para que se instalaran. Cuando murió en 1778 Ferney tenía ya 1.000 habitantes.
Además, Voltaire en su exilio de Ferney puso en marcha una red industrial que acabó siendo un modelo para el futuro capitalismo. En Ferney estableció granjas, inició reforestación científica, incorporó gusanos de seda y, asociado con un grupo de diestros relojeros ginebrinos, refugiados de la intolerancia calvinista, montó una fábrica de relojes.
De hecho, Voltaire se convirtió en un hombre inmensamente rico. A su muerte su patrimonio se estimaba en 200.000 libras de 1778, Entre los negocios que mayor éxito obtuvieron figuraba la fábrica de relojes. Por aquellos años, Europa comenzaba a descubrir la jornada laboral, el precio hora/trabajada, la medida económica de algo que hasta entonces sólo se percibía mediante las campanadas de las iglesias.
La burguesía, a diferencia de la aristócracia , necesitaban máquinas para medir el tiempo y ponerle precio. El tiempo ya se estaba convirtiendo en oro. De modo que Voltaire inundó Europa con sus relojes. Católicos y calvinistas vivían en armonía en Ferney mientras la red de comerciales de Voltaire introducía sus relojes de pulsera entre las huestes de Catalina la Grande de Rusia o el Sultán de Turquía
Pero Ian Davidson cuenta en su Voltaire en el exilio que tuvo un fracaso. No logró introducir sus relojes en el Vaticano. Se conservan decenas de cartas, primero de peloteo y finalmente indignadas, dirigidas al embajador de Francia en el Vaticano, el cardenal de Bernis. Este personaje era un vividor, un astuto cortesano y uno de los artífices de la supresión de la Compañía de Jesús. Tendría a Voltaire por un intelectual algo histérico, obsesionado por lo secundario e incapaz de entender las cosas importantes de este mundo.
Porque hay que ser muy optimista y haber ganado mucho dinero, para creer que la Ciudad Eterna necesita relojes.
De hecho, Voltaire se convirtió en un hombre inmensamente rico. A su muerte su patrimonio se estimaba en 200.000 libras de 1778, Entre los negocios que mayor éxito obtuvieron figuraba la fábrica de relojes. Por aquellos años, Europa comenzaba a descubrir la jornada laboral, el precio hora/trabajada, la medida económica de algo que hasta entonces sólo se percibía mediante las campanadas de las iglesias.
La burguesía, a diferencia de la aristócracia , necesitaban máquinas para medir el tiempo y ponerle precio. El tiempo ya se estaba convirtiendo en oro. De modo que Voltaire inundó Europa con sus relojes. Católicos y calvinistas vivían en armonía en Ferney mientras la red de comerciales de Voltaire introducía sus relojes de pulsera entre las huestes de Catalina la Grande de Rusia o el Sultán de Turquía
Pero Ian Davidson cuenta en su Voltaire en el exilio que tuvo un fracaso. No logró introducir sus relojes en el Vaticano. Se conservan decenas de cartas, primero de peloteo y finalmente indignadas, dirigidas al embajador de Francia en el Vaticano, el cardenal de Bernis. Este personaje era un vividor, un astuto cortesano y uno de los artífices de la supresión de la Compañía de Jesús. Tendría a Voltaire por un intelectual algo histérico, obsesionado por lo secundario e incapaz de entender las cosas importantes de este mundo.
Porque hay que ser muy optimista y haber ganado mucho dinero, para creer que la Ciudad Eterna necesita relojes.