jueves, 25 de junio de 2009

Las rubias naturales tienen ventajas

Roy Lichtenstein

Hay una creencia popular según la cual si un murciélago entra en el cabello de una mujer quedaba irremediablemente enredado en el. Y eso tiene una cierta base. En el pelo rubio concurren más factores que el color. La cabellera de las rubias está ornada por una media de 140.000 cabellos por 108.000 en las morenas. Apenas 90.000 en las pelirrojas. Las rubias tienen además el pelo más fino, suave y sedoso.

Esta característica de ser el pelo más suave al tacto lo hace más sensual. Al ser acariciado por los dedos de su amante, esa suavidad actúa de eco de la propia suavidad de la carne femenina. El cuerpo de la mujer es mucho más acolchado que el del varón; contiene un 28 % de grasa por un 15% el del varón.

La feminidad de las rubias abarca todo el cuerpo, pues la delgadez de su vello - casi invisible en las pieles más claras - hace que sea menos patente a pesar de que tienen según el número real de filamentos, más vello que las morenas.

Sus axilas y pubis se hallan más delicadamente revestidos, el vello del pubis es más suave aunque siempre es más oscuro que el del cabello.

Un médico del siglo XIX, un tal doctor Galopin, afirmaba que las rubias exhalaban una fragancia delicada de ámbar gris diferenciada del olor más fuerte de las de pelo más oscuro. Cabe preguntar cómo llegó a esa conclusión, pero es de suponer que exista la diferencia pues el tono de la piel no es sino respuesta a los diversos climas. Las rubias tienen menos glándulas sudoríparas que las morenas. De ello se infiere la diversidad de aromas, ya que las glándulas odoríferas tienen su origen en glándulas sudoríparas modificadas.

Desde luego yo tengo una pareja rubia y sí que puedo afirmar que el olor de su sexo es más delicado que el de anteriores de cabello moreno.

Hay un añadido, el pelo rubio en la mujer confiere a quien lo posee una imagen más juvenil ;el hecho reside en que los niños, en gran parte de la humanidad, son más rubios que sus padres y los ojos azules y los mechones dorados se hallan indeleblemente asociados a la infancia.También el hecho de que el vello rubio sea menos perceptible contribuye a configurar esa imagen juvenil.

En la cultura Griega antigua, el color de las pelucas de los actores indicaba la naturaleza de sus papeles: rubia para el héroe, negra para el villano, pelirroja para el bufón o necio. Una tradición que llega hasta nuestros días, con una larga sucesión de heroínas rubias mientras que a las brujas se les pone el pelo oscuro.

De todo esto ha surgido la fortuna de fabricantes de pelucas y tintes para el cabello. Los griegos antiguos utilizaban una pomada de pétalos de mostaza, una solución de potasio y unos polvos coloreados que hacían que el cabello adquiriera el anhelado tono dorado. Las romanas se teñían el pelo con jabón germano importado de tierras bárbaras, empero eran más proclives a las pelucas hechas con cabellos de los pueblos de las tierras que iba conquistando Roma en sus campañas imperiales. No fue hasta 1930 cuando aparecieron en el mercado los tintes para el pelo tal como los conocemos ahora. En los cincuenta, los anuncios de tintes decían cosas como: «Si sólo tengo una vida que vivir, dejádmela vivir como rubia». Marilyn Monroe, morena, se tiñó de rubia y se maquillaba en tonos pálidos.

Cuando se pide a la gente que señale características de la personalidad a partir de una fotografía, tiende a juzgar a las rubias más dulces y débiles; el psicólogo Jerome Kagan descubrió que los niños con el pigmento de palidez, en los de ojos azules, eran más tímidos que los de ojos oscuros: temían más las nuevas situaciones, dudaban si acercarse a alguien, estaban callados y tendían a estar más cerca de sus madres.

Kagan cree que el miedo a la novedad, la producción de melatonina y los niveles de corticoesteroides están relacionados. Su idea, muy arriesgada, es que al emigrar al norte de Europa se produjo una mutación que incrementó el nivel de norepinefrina (un neurotransmisor) y que conllevó un aumento en la eficiencia del sistema nervioso simpático y en la temperatura corporal, ofreciendo una ventaja evolutiva. Pero como subproducto dejó también un sistema nervioso más reactivo y un temperamento más apocado.

sábado, 20 de junio de 2009

La nostalgia no es un error

Estos días azules y este sol de la infancia… Fue lo último que escribió Antonio Machado. Puntos suspensivos, y murió con esa nostalgia.





Edward Hopper.

Durante los siglos XVIII y XIX, la nostalgia era considerada una enfermedad. El término se usó para definir el estado de añoranza que sufrían los mercenarios suizos repartidos por las cortes europeas.

Hay dos vertientes en la nostalgia, la filosófica y la psicológica . Filosóficamente se origina en el mito del andrógino que relata Aristófanes, habla de una humanidad dividida en dos, y cada una busca a la otra: el erotismo sería la búsqueda de esa otra mitad perdida. Por tanto el deseo es una nostalgia. Y en el plano de anhelo de trascendencia, Platón al hablar de la caída del alma explica cómo el alma tiene nostalgia de cuando participaba de ese mundo de las ideas. Por tanto, la herida de la pérdida implica una nostalgia en todos los terrenos.

Nosotros buscamos la inmortalidad más allá de la muerte porque se desarrolla en nosotros una idea nostálgica de la eternidad: buscamos en el otro cuerpo una unidad con nuestro cuerpo porque tenemos una idea de división.

Psicológicamente, en el siglo XX, los médicos la catalogaron de desorden psiquiátrico que, mediada la centuria, rebajaron a la categoría de depresión.

Sin embargo la Asociación de Psicología del Reino Unido ha publicado un estudio para demostrar que la añoranza hace más bien que mal. Dicen que mirar atrás con nostalgia no es un sentimiento que nos debilite sino una actividad muy saludable. Tanto, que las personas que mejor se rehacen tras un duro golpe, la usan como mecanismo de recuperación. Entre sus beneficios se encuentran el combatir la soledad y la exclusión social.

Los recuerdos suelen seguir el patrón de lo que los psicólogos llaman relato redentor. Aunque hay elementos negativos y positivos, se parte de un estado de dolor, pérdida o exclusión para llegar a un estado positivo de aceptación, euforia o de triunfo. En este proceso, la persona se remonta a un momento de su pasado en el que es el protagonista y está rodeado de personas que le quieren.

El detonante más habitual de la nostalgia es un malestar personal, en especial la soledad: la soledad reduce la percepción del apoyo social pero induce recuerdos nostálgicos que magnifican la sensación de integración social. Este aparente empate se resuelve a favor de la nostalgia por sus efectos beneficiosos añadidos.

Entre otros, la nostalgia eleva los sentimientos positivos y mejora la percepción sobre uno mismo. Además, estos recuerdos ayudan a dar significado a la vida, lo que reduce la angustia existencial.

La nostalgia sería un buen mecanismo para atacar varios trastornos psicológicos. Ante el choque que sufren los inmigrantes en una cultura que no es la suya, podría usarse como medio de integración.

Aunque un exceso de nostalgia puede tener un efecto narcótico. Sin embargo en general, las personas que recurren al recuerdo nostálgico también tienden a un estado y actitud más positiva ante la vida.

Los estudios revelaron que la nostalgia, asociada tradicionalmente a los pusilánimes, es un recurso habitual de los fuertes. Las personas más adaptativas, los primeros que se recuperan ante una desgracia, son las que más recurren a los recuerdos nostálgicos.

domingo, 14 de junio de 2009

Morir en Cannes con final feliz

Fotografía de la última sonrisa de Jacques Monod, 5 horas antes de fallecer.

Al premio Nobel de medicina francés Jacques Monod le diagnosticaron en diciembre de 1975 - con 65 años - anemia hemolítica en su versión más letal para la época. Su tipo de anemia tenía un límite de vida de seis meses.

Finales de mayo de 1976. Los seis meses han transcurrido. Jacques Lucien Monod, premio Nobel en 1965, director del prestigiosísimo Instituto Pasteur, decide ir a Cannes, donde tenía una casa y había vivido en su infancia, aunque nació en París. Por azar en ese momento se celebraba el tan prestigioso Festival de Cine. Asiste a una cena en el Festival, el jueves. El lunes siguiente, a las 0,45, Monod estaría en los titulares: Jacques Monod, arquitecto de la biología molecular, muere en Cannes a los 66 años de edad.

En la cena de inuaguración del festival coquetea con las mujeres que acaba de conocer. Tiene un aspecto magnífico. Alto, delgado, elegante, bronceado... bueno, realmente el bronceado se debía a grandes cambios en la pigmentación de la piel que solo en Cannes podrían pasar por un bronceado; modificaciones producidas cuando la conversión de bilirrubina a bilirrubina glucoronoide excede la capacidad del hígado para arrojarlo a la bilis. A partir de ese momento los días de vida se cuentan con la mano, cosa que Monod conocía perfectamente.

Monod amaba a las mujeres. Era viudo desde cuatro años atrás, de Odette; se casaron en 1938, de ella decía Monod que era refinada como una piedra preciosa, seguramente debido a que era arqueóloga y conservadora de museo. Lo que más le gustaba a Jacques Monod de las mujeres es que llevaban vida, decía, amaban la vida instintivamente.

En dicha cena de inauguración del Festival, una mujer que se coloca a su lado por azar le pregunta por qué está en Cannes. "Estoy pasando aquí mis vacaciones" responde Monod. "Me quedan tres o cuatro días de vacaciones" dice con naturalidad.

Horace Bianchon era el médico que obraba maravillas en la novela de Balzac, La comedia humana. Cuando el propio Balzac enfermó a los 51 años y estaba a punto de morir, gritaba que si Bianchon estuviese allí le habría salvado. Monod no busca consuelo en Bianchon, sino en el filósofo hispano romano Séneca. Decía que era el mejor para ayudar en un caso terminal. ¿Y qué le aconsejaba Séneca?:

"Vamos, doctor Monod, ¿estás reacio a dejar las cosas sin hacer, sin terminar, incompletas?. Pues no lo estés. No dejas nada sin hacer porque no hay establecido un número fijo de tareas sagradas que tengamos que completar - sin duda sabrás que morir es una de las tareas sagradas de la vida -. Todas las vidas son cortas. Lo que importa no es que sea larga, es que sea buena. Termínala en cualquier lugar y solamente asegúrate de terminarla con un final feliz."

El que sería su último día, domingo 30 de mayo, a última hora de la tarde, recibe la visita su amigo el escritor Jerry Kosinski, - el autor de Bienvenido Mister Chance entre otras obras - . Están en la terraza de la casa de Monod en Cannes, Monod fuma para dismular el temblor de la mano. Es la señal de que el final está muy cerca. En la anemia hemolítica terminal se puede saber, por los avance de los síntomas, día a día lo que le queda a uno de vida, con precisión científica. Por primera vez a Monod se le humedecen los ojos. Pero Monod es un hombre orgulloso y los hombres orgullosos no lloran. Vuelve la cara hacia el sol y sonríe con franqueza. Con una sonrisa tan radiante como el propio sol. Su última sonrisa. Se levanta, da la mano a Jerry y se despide con "Adiós, querido muchacho" y entra en su casa por última vez.

Su sonrisa final es como la que vio Albert Camus en Sísifo, que mirando a la muerte de cara, no ve más que el Sol. Una sonrisa alegre de alguien que está contemplando la sucesión de acciones inconexas creadas por él, mezcladas bajo el ojo de la memoria y selladas pronto por la muerte. Así lo escribió Camus en El mito de Sísifo, que Jacques Monod citaba en su conocida obra El azar y la necesidad. La cita, más extensa, empieza con "En ese sutil momento en que el hombre mira hacia atrás en su vida .. ." y termina " ... hay que imaginarse a Sísifo feliz."

Jacques Monod falleció el 31 de mayo de 1976 y está enterrado en el Cimetière du Grand Jas, en Cannes.

jueves, 11 de junio de 2009

La droga era cosa de viejos

Holidays At Sea by Leonardo Sala Holidays At Sea. Leonardo Sala


La droga en sus orígenes fue una cosa de viejos. Eran los mayores quienes la tomaban, tenía un carácter ritual y por ese motivo eran los maduros los que la tomaban. O bien como alivio de la vida era asimismo para personas mayores, que ya no tenían otras felicidades. El mismo Platón en Las Leyes tiene un trozo en el que dice que la embriaguez - y Platón no era nada, nada libertino - era cosa normal en él porque la vida ya no le daba mucho más y que lo intolerable era dar la bebida a los jóvenes, porque en aquel tiempo era impensable que un joven pudiera emborracharse cuando tenía tantas otras posibilidades por delante.

Veamos a partir de los dos últimos siglos:

En sus famosas Confesiones - segundo cuarto del siglo XIX - Thomas De Quincey niega una y otra vez que la droga cree “hábito”. Entre 1880 y 1920, cuando comenzarán las restricciones a su disponibilidad, el usuario regular de morfina era de sectores económicamente favorecidos. La mitad eran médicos o esposas de médicos y boticarios; el resto personas acomodadas con problemas de nervios o entregadas a la moda (el estilo “decadente” hacía furor), gente del teatro y la noche, damas de vida alegre, algunos clérigos y personal sanitario auxiliar. Sólo unos pocos habían decidido consumir esta droga por iniciativa propia, sin mediar el consejo de algún terapeuta o amigo, y la gran mayoría lo sobrellevó durante 10, 20, 30 40 años sin hacerse notar ni en casa ni mostrar incapacidad laboral.

A finales de siglo llega a las farmacias el envase doble de una nueva compañía farmacéutica, la Bayer, que ofrece al público dos sustancias analgésicas: ácido acetilsalicílico (Aspirina) y diacetilmorfina (Heroína). Para los médicos de la época la heroína posee muchas ventajas sobre la morfina. No es hipnótica y no tiene el peligro de contraer hábito.

En los inicios de la idea del prohibicionismo, que desembocará en la Ley Seca, y la equivalente para opio, morfina y cocaína y más adelante heroína, en 1905, un comité especial del Congreso norteamericano calcula que en el país hay entre doscientas y trescientas mil personas con hábito de opiáceos y cocaína (aproximadamente un 0,5% de la población). Con todo, estas drogas no sólo eran de venta libre (incluso podían adquirirse por correo directamente del mayorista), sino intensamente promocionadas mediante periódicos, revistas y publicidad mural, y había al menos cien bebidas bien cargadas de cocaína (entre ellas la Coca-Cola y el no menos célebre entonces Vino Mariani). Lógicamente, no se conocían intoxicaciones involuntarias o accidentales –al tratarse de productos puros y bien dosificados-, ni delincuencia alguna vinculada a su obtención.

La etapa siguiente al ritmo en que Estados Unidos vaya consolidando su posición de superpotencia mundial y exportando una cruzada contra las drogas, transforma al usuario tradicional en una mezcla entre delincuente y enfermo, movido a ello por los precios y la adulteración del mercado negro, por el contacto con círculos criminales y por la irresponsabilidad tanto social como personal que confiere el estatuto del adicto. Casi nueve décadas después de haber puesto en vigor leyes prohibicionistas, hay en Estados Unidos una proporción muy superior de personas con hábito de opiáceos y cocaína, en su mayoría incapaces laborales, a quienes se atribuyen dos terceras partes de los delitos contra la propiedad y las personas.

Por eso que actualmente la droga circule sobre todo entre los jóvenes es porque la droga, debido al prohibicionismo, se ha convertido en un asunto mercantil y los jóvenes son el mercado por excelencia. Cuando la droga no tenía un incentivo económico, se convertía en una cosa para personas adultas y enfermas, para hacer frente a fuertes dolores o a frustraciones por la pérdida de capacidades. Es lo que ocurre con la bebida ahora. El borracho crónico es un adulto.

sábado, 6 de junio de 2009

Suicidio

Año 1837, 172 años atrás, una mañana de febrero sonreía a un escritor madrileño. Acababa de recibir una oferta de 40.000 reales por escribir durante un año sus artículos -los más leídos y cotizados de Madrid- en una prestigiosa revista. Apenas contaba 28 años, y estaba en lo alto de la fama. Su nombre, Mariano José de Larra.
Tumba de Larra

Aquella mañana de febrero de 1837 Larra vivía en la calle de Santa Clara, 3, el mismo edificio donde habitaba el entonces ministro de Justicia. Tras peinarse y vestirse con sus mejores levita y chistera, Mariano José bajó a la calle a dar un paseíto y a visitar luego a su amigo Ramón de Mesonero Romanos. Larra parecía alegre, pero una atisbo de inquietud se perfilaba en su mirada. Al poco acudiría a una cita con su amante, Dolores Armijo, con la que mantenía un idilio desde hacía seis años. Ella era la esposa de un conocido abogado, Cambronero. Dolores acudió a la cita con la hermana de su marido y le anunció que había recompuesto su relación con su esposo, le pidió sus cartas de amor y se despidió de él.
Larra subió a su casa de Santa Clara, 3, sacó de uno de los cajones de su aparador una pequeña pistola de un solo proyectil, y, frente a un espejo, colocó el cañón sobre su pecho, apretó el gatillo, disparó y se dio muerte.

Al final de El oficio de vivir de Cesare Pavese , en las últimas anotaciones, en las que está discutiendo consigo mismo y no se decide a suicidarse, en ese momento anota ¡qué vergüenza, cualquier modistilla es capaz de suicidarse sólo porque la deja el novio y yo no soy capaz de hacerlo!.

Para Pavese, el suicidio no deja de aparecer como una suerte de heroísmo mítico, cosa que aceptan implícitamente todos aquellos que confiesan carecer de valor para matarse.

Albert Camus comienza el ensayo El mito de Sísifo afirmando que el suicidio es "el único problema filosófico verdaderamente serio", y que responder a la interrogación fundamental de la filosofía equivale a "juzgar si la vida vale o no vale la pena de ser vivida".

Decía Cioran que la mayoría de los suicidas lo que tienen es un exceso de optimismo. El optimista está convencido de que a él se le debe una cierta dosis de plenitud y cuando no la consigue se siente engañado y decepcionado. Cabe renunciar a seguir, no por resentimiento contra la condición humana, sino precisamente por haberla sumido plenamente; cabe apuntar a la muerte propia como expresión de amor a la vida.


miércoles, 3 de junio de 2009

PINTURA: LA DICOTOMÍA REALISMO - ABSTRACCIÓN - FIGURACIÓN


Esa diferenciación es un error de método tremendo. No son para nada escuelas enfrentadas. Tan abstracto es el retrato de los reyes por el maestro Ricardo Macarrón - el considerado pintor de la corte, que falleció el año 2004 - como una pintura de Tàpies.



La pintura es un conjunto de manchas de pigmento con líneas, pero no son ni más ni menos figurativas. En una pintura de Tàpies figura lo que figura y en una del maestro Macarrón dice que representa al Rey, pero no tiene nada que ver con el rey biológico. No hay similitud entre la imagen y el objeto que se representa. Esas manchas planas tienen el mismo grado de abstracción que puedan tener los cuadros de Mondrian.


Tapies, tomado de su entrada en la Wikipedia


El Rey es un señor tridimensional. Que a una taza, cuando la representamos, la reconozcamos como tal se debe a que hemos educado la vista para nombrarla de ese modo. Un swajili no la reconocería, vería manchas, como nosotros en un Mondrian. Si nos acercamos a Las Meninas vemos manchas. Un gato ve un tigre en la televisión y no se asusta, no lo reconoce como tigre.

El arte es una lectura de lo real.